Las Aves y el Viento resultó un trabajo realmente
enriquecedor y estimulante. En el desarrollo de dicho proyecto, tratamos de
averiguar el impacto que para las aves planeadoras, en plena migración, suponía
encontrarse de repente en un recorrido, realizado por incontables generaciones,
aquellas nuevas moles, columnas verticales con unos amenazantes brazos que no
paraban de moverse, haciendo peligrar la vida de cualquiera que volase cerca.
En ese momento, los molinos eólicos eran aún muy raros, apenas existían unos
pocos parques en la zona del Estrecho de Gibraltar.
El grupo de voluntarios que tuvimos la suerte de participar
en aquel proyecto de la mano del Colectivo Cigüeña Negra y la Estación Ornitológica de Tarifa compartimos unas intensas semanas en las que las amplias
jornadas en los puestos, esperando el paso de las aves, las caminatas haciendo transeptos
y los censos, se fundían con las horas de asueto en una Tarifa deseosa de dar
cancha a toda la efervescencia juvenil que rebosábamos.
Aprendimos de vientos, de pájaros, de energía eólica y también
de convivencia y camaradería. Llegamos a explorar los límites físicos de
nuestro propio cuerpo. Y también, desde luego, y ante todo, pusimos todo
nuestro esfuerzo y empeño en poner nuestra pequeña contribución al conocimiento
y a la ciencia, aprendimos que aquello de las energías renovables tampoco era
tan limpio, mágico e inocuo como pretendían hacernos creer y descubrimos que a
los pies de los molinos también existían cadáveres y manchas de aceite que
partían de cualquier bidón tumbado y olvidado.
Hoy son muchos más los aerogeneradores sembrados por toda la
geografía española. En el área del Estrecho de Gibraltar son casi mil las
torres eólicas que hoy funcionan y, claro, los impactos de las aves pasa por
ser la consecuencia más grave y directa de estas instalaciones. En numerosos
parques se han establecido obligaciones de vigilancia permanente para impedir
colisiones de la avifauna que están logrando mitigar el impacto, pero como ya
pudimos comprobar en aquel proyecto pionero, para lograr prevenir y minimizar
el daño queda aún mucho por hacer e investigar.
Han pasado quince años de aquella experiencia que nos dejó
huella a muchos. Las experiencias intensas marcan, y muchos de nosotros no
podemos reprimir la sonrisa al acordarnos de aquellas jornadas en septiembre
del 98. Puedo decir con orgullo que se fraguaron allí preciosas amistades y hoy
continúan siéndolo a pesar de que vivamos en lugares distantes y nuestras vidas
cotidianas hayan cogido el rumbo más dispar. Algunos seguimos gastándonos las
mismas bromas aunque desde el respeto que otorga la madurez (No os riais, es lo
que procede en esta parte del texto).
Mi sincero y justo agradecimiento, es cuanto puedo deciros.
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