jueves, 12 de septiembre de 2013

Transparencia y democracia necesitan ser bien entendidas


Hoy se vota en el congreso la llamada Ley de Transparencia, esperemos que se convierta en una herramienta válida y eficaz para contribuir a la misma, aunque los más escépticos como yo dudemos de si se recogerá en el texto final todo lo que nos gustaría o, sin embargo, se quedará a medio camino y evitará algunos aspectos peliagudos, y si, hecha la ley, hecha la trampa, entre la letra menuda quedarán resquicios para que los “listos” puedan escaparse llegado el caso.

La ley va a regular aspectos de gran interés como son la financiación de cualquier entidad que reciba dinero público, los grupos organizados de presión (los lobbies), anula el silencio administrativo negativo, crea un órgano de control llamado Consejo de Transparencia y Buen Gobierno….. En resumen, todo un catálogo de aspectos en los que se hace necesario que la opacidad y la ocultación no pueda ser posible en beneficio del bien común.

De manera paralela y coincidiendo con esta importante votación, el equipo de EQUO-Compromis ha puesto en marcha una iniciativa a la que han llamado Congreso Transparente mediante la cual, todo aquel que esté interesado y así lo desee puede emitir su voto online, tanto a varias de las enmiendas presentadas como a la votación final del texto. El diputado Joan Valdoví se ha comprometido a pronunciar su voto en el hemiciclo según la mayoría de los votos válidos emitidos online. Cualquier persona con derecho a voto en unas elecciones generales puede participar.

El ejercicio no deja de ser interesante desde el punto de vista sociológico aunque ciertamente desatinado y fuera de lugar en el ámbito práctico. El simple registro que cualquiera puede hacer en la página web y que solo requiere de un acceso a internet y de disponer del dni escaneado no implica tener criterio técnico y político acertado. En política no es válida la ley de los grandes números, y son muchas las restricciones que aún tienen estas fórmulas de participación.

De un lado se está marginando a la que aún hoy es la gran mayoría de la población, esos que no meten en el ordenador datos sensibles, incluso esa que aún no tiene internet como herramienta diaria de uso. El sesgo que esta restricción implica invalida cualquier iniciativa de este tipo. Igualmente, la posible organización de cualquier grupo creado al efecto puede inclinar la mayoría de votos hacia sus propios intereses.

De otro lado, ¿en qué se estaría convirtiendo el representante público, el diputado? ¿En un mero ejecutor de lo que le diga una pantalla? Nos quejamos de que los diputados siguen las directrices de su partido y con este sistema parece que se pretende sustituir al partido por una masa apersonal. Si se generalizase este procedimiento, se estaría anulando todo el proceso de representación parlamentaria. Dejarían de tener sentido los programas políticos, las propuestas previas, los programas de gobierno; la mayoría de una votación online podría hacer que el diputado tuviese que votar justo lo contrario de lo que venía defendiendo, lo contrario por lo que podría haber venido trabajando desde mucho tiempo atrás, incluso lo contrario de aquello que defendió en campaña y por el que recibió el voto de los ciudadanos.

Disponer de tecnología no es la justificación necesaria ni suficiente para activar una democracia universal en directo porque ambos calificativos son imaginarios. Esto no tiene que ver, ni por asomo con la posibilidad que existe en varias cámaras de que los diputados por imposibilidad de asistencia puedan votar en remoto. No pueden mezclarse las cosas.

La sociedad española ha avanzado muchísimo en el conocimiento y uso de la democracia en los últimos años, en realidad tal como han venido dadas las circunstancias, propios y extraños han aprendido lo que no pensaban de economía y política, pero vincular el voto de un diputado en estos momentos a la suerte de una encuesta online me parece extremadamente peligroso e irresponsable.

La innovación en si misma no permite lograr los mejores fines, la tecnología no es el motor de la definición de identidad y cambio social. Ensayos y experimentos aparte, creo que ésta no es ahora la vía para dignificar la política, ni una participación online la herramienta maravillosa que permite poder decir que se está poniendo la democracia en la mano del ciudadano. La política exige mucho más. Requiere de trabajo, constancia, compromiso y esfuerzo, claro, pero también de un proyecto solvente, creíble, confiable, eficazmente comunicado y con unas directrices claras que puedan llevarse a cabo sin que en el último tramo queden al albur del viento reinante.

Podemos participar, podemos votar online, podemos y debemos, pero, ojo, no tenemos tampoco necesidad de tirar a la papelera de reciclaje conceptos como: ideario, valores, estrategia, planificación, negociación. Esos si son imprescindibles en política.

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