Tenemos afán de encasillarlo todo, porque nos sentimos más
cómodos, más seguros, porque nos permite asociar los objetos, las ideas o las
sensaciones, tenemos una tendencia natural a vincular cada concepto a una impresión
positiva o negativa.
De manera generalmente aceptada, los celos tienen una
connotación claramente negativa, sobre todo los celos de índole amorosa. Porque
sentir celos no es nada satisfactorio en lo individual ni permiten construir
nada en lo colectivo.
“Si los celos son señales de amor, es como la calentura en el
hombre enfermo, que el tenerla es señal de tener vida, pero vida enferma y mal
dispuesta” decía Don Miguel de Cervantes. “Los celos son siempre el instrumento
certero que destruye la libertad interior y elimina en la compañía toda la
felicidad posible” afirmaba el Doctor Marañón.
Suelen vincularse los celos a una actitud negativa que no nos
gusta mostrar. Reconocerse celoso, o celosa (por seguir con las citas, Kant:
“El hombre es celoso si ama; la mujer también, aunque no ame”), da ante todo
pudor, recelo (qué sabio es el lenguaje!). De manera coloquial, los asociamos
en nuestra vida cotidiana en demasiadas ocasiones como el origen de mucha de la
violencia de género.
Clasificados como patología, es de todos aceptado que, ante
todo, los celos se sufren en soledad, casi como las almorranas, siendo el
paciente el que debe fabricar vías de escape a semejante tipo de corrosión.
Aunque cada uno los vivamos y sintamos de manera diferente, que para eso ninguno
iguales, lo cierto y verdad es que “De cualquier forma los celos son en
realidad una consecuencia del amor: os guste o no, existen”, R.L. Stevenson.
Ellos que tienen su origen en el amor, algo tan bonito y
generoso, cuesta creer, cómo, el amor es capaz de generar algo malo. Digo yo
que, no todo en los celos puede ser tan zafio, tan rústico, tan rudo; algo
positivo deben ofrecer.
Hay, en mi opinión, una conexión singular de los celos que
permite visualizarlos en un plano positivo, y es la esperanza. El que siente
celos es porque alberga esperanzas. Está o se piensa enamorado, pero además
tiene fundadas esperanzas de que pueda alcanzar su deseo.
Es complicadísimo, imposible desde mi percepción, sentir celos
de un amor platónico, utópico e inalcanzable, está tan fuera del alcance que ni
siquiera suelen tenerse elementos de juicio y conocimiento sobre los que fundar
cualquier tipo de sentimiento más allá de cierta idolatría.
Los celos toman
forma en un contexto más cercano y cotidiano y pueden alimentarse cuando el
amado o la amada tiene un nombre concreto y una vida que nos resulta relativamente
sencillo de construir. Incluso puede llegar a ocurrir que lo tengamos justo al
lado físicamente, pero muy distanciado mentalmente, aunque en esos casos, me
gusta más hablar de inseguridad, que de celos.
Los celos están aquí, no es que tengamos que convivir con ellos
sino que forman parte nuestra. Entonces, mejor entenderlos, integrarlos y
aprender a dirigir la energía que generan hacia la generación de confianza y el
acercamiento. Puede resultar que, bien orientados, se conviertan en la pieza
que hagan la esperanza, realidad.
No es una fatalidad sentir celos, en realidad pueden ser una
virtud. “El que no tiene celos, no está enamorado”, San Agustín.
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