jueves, 21 de noviembre de 2013

Celos y Esperanza


Tenemos afán de encasillarlo todo, porque nos sentimos más cómodos, más seguros, porque nos permite asociar los objetos, las ideas o las sensaciones, tenemos una tendencia natural a vincular cada concepto a una impresión positiva o negativa.
 
De manera generalmente aceptada, los celos tienen una connotación claramente negativa, sobre todo los celos de índole amorosa. Porque sentir celos no es nada satisfactorio en lo individual ni permiten construir nada en lo colectivo.
 
Si los celos son señales de amor, es como la calentura en el hombre enfermo, que el tenerla es señal de tener vida, pero vida enferma y mal dispuesta” decía Don Miguel de Cervantes. “Los celos son siempre el instrumento certero que destruye la libertad interior y elimina en la compañía toda la felicidad posible” afirmaba el Doctor Marañón.

Suelen vincularse los celos a una actitud negativa que no nos gusta mostrar. Reconocerse celoso, o celosa (por seguir con las citas, Kant: “El hombre es celoso si ama; la mujer también, aunque no ame”), da ante todo pudor, recelo (qué sabio es el lenguaje!). De manera coloquial, los asociamos en nuestra vida cotidiana en demasiadas ocasiones como el origen de mucha de la violencia de género.

Clasificados como patología, es de todos aceptado que, ante todo, los celos se sufren en soledad, casi como las almorranas, siendo el paciente el que debe fabricar vías de escape a semejante tipo de corrosión. Aunque cada uno los vivamos y sintamos de manera diferente, que para eso ninguno iguales, lo cierto y verdad es que “De cualquier forma los celos son en realidad una consecuencia del amor: os guste o no, existen”, R.L. Stevenson.
 
Ellos que tienen su origen en el amor, algo tan bonito y generoso, cuesta creer, cómo, el amor es capaz de generar algo malo. Digo yo que, no todo en los celos puede ser tan zafio, tan rústico, tan rudo; algo positivo deben ofrecer.
Hay, en mi opinión, una conexión singular de los celos que permite visualizarlos en un plano positivo, y es la esperanza. El que siente celos es porque alberga esperanzas. Está o se piensa enamorado, pero además tiene fundadas esperanzas de que pueda alcanzar su deseo.
 
Es complicadísimo, imposible desde mi percepción, sentir celos de un amor platónico, utópico e inalcanzable, está tan fuera del alcance que ni siquiera suelen tenerse elementos de juicio y conocimiento sobre los que fundar cualquier tipo de sentimiento más allá de cierta idolatría.
 
Los celos toman forma en un contexto más cercano y cotidiano y pueden alimentarse cuando el amado o la amada tiene un nombre concreto y una vida que nos resulta relativamente sencillo de construir. Incluso puede llegar a ocurrir que lo tengamos justo al lado físicamente, pero muy distanciado mentalmente, aunque en esos casos, me gusta más hablar de inseguridad, que de celos.
Los celos están aquí, no es que tengamos que convivir con ellos sino que forman parte nuestra. Entonces, mejor entenderlos, integrarlos y aprender a dirigir la energía que generan hacia la generación de confianza y el acercamiento. Puede resultar que, bien orientados, se conviertan en la pieza que hagan la esperanza, realidad.
No es una fatalidad sentir celos, en realidad pueden ser una virtud. “El que no tiene celos, no está enamorado”, San Agustín.

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