lunes, 2 de diciembre de 2013

La pareja y el ladrillo


Si, que si cariño, que te quiero de verdad. Aunque, tienes razón, algo tenemos que hacer. Mira, mañana mismo me pongo a preguntar, seguro que encontramos un pisito (llámese terrenito en pueblos), bien situado y que esté bien de precio.
La prueba más contundente de amor de la pareja en este rincón del mundo es la compra en común de un inmueble. El signo inequívoco de la fortaleza del proyecto común se manifiesta en el marcaje de un territorio propio y exclusivo. Los hay raritos, cierto, pero, levantemos la vista, seguro podemos todos llenar un saco de ejemplos.

Es, de hecho, la conducta más habitual de otras muchas especies. Encontrar una guarida, o construir un nido, se convierte en el objetivo esencial de la pareja. Tanto mejor cuanto más grande, más bonito, más cálido. Hasta en los documentales de naturaleza se consideran raros a los bichos que no prestan especial atención a la construcción de su madriguera o nido.
Y por aquí, exagerados como nosotros solos, eso de comprar y tener una casa puede convertirse en el mayor esfuerzo económico y de organización que la pareja realice a lo largo de su existencia.

Ese lado romántico de la vida también puede pasarse a estadísticas, y es muy interesante el que recientemente ha publicado el Banco Central Europeo sobre las finanzas y el consumo de los hogares. El 83% de los españoles tiene una casa en propiedad, siendo la media de la eurozona un 60%, aunque el precio medio de la vivienda (180.300 €) está en la misma línea que el resto de países. La parejita española tiene apego al ladrillo, es así. El estudio, evidencia que uno de cada tres españoles tiene su casa hipotecada y uno de cada dos tiene algún tipo de deuda pendiente de devolver a algún banco.
Me encanta la escena, vista desde el escaparate, de la pareja de enamorados en la mesa del agente inmobiliario. Parece más un casamentero que un especialista en urbanismo y vivienda, la de anécdotas que deben generarse en ese despacho. No importa el precio, ni la altura, ni la orientación o el sistema de calefacción, lo fundamental son los metros del dormitorio y el cuarto de baño, que a mi cariñito no le falte de nada.

La arcilla del ladrillo parece correr por las venas de los enamorados. Lo que ocurre, es que la vida y los sentimientos son cambiantes, pero las formas geométricas del ladrillo son rígidas, inamovibles, frías, duras. Vincular a largo plazo sentimientos y ladrillos puede llevar a muchas frustraciones. Nada mejor que aplicar las matemáticas para resolver el enigma.

Lin Edwards ha llevado a cabo el complejo ejercicio de meter en un modelo matemático la evolución de las relaciones de pareja. Se muestran en el gráfico siguiente:
 
Las conclusiones de Edwards son asombrosas, rabiosamente contundentes. Y sobre todo típicas y tópicas. Las relaciones de pareja se deterioran a largo plazo. Hubiese sido más fácil preguntar a cualquiera.

La cuestión es que, si incorporamos el elemento ladrillo al análisis, podemos comprobar que lo metemos en nuestra vida cuando la relación de pareja está en "Wu", pero cuando evoluciona la relación y llegamos a "A" e incluso "Ws", el ladrillo sigue invariable en su forma y en sus compromisos de pago, y su efecto puede ser el de acentuar la tendencia descendente de la curva.

Mientras los ingenieros trabajan y descubren un ladrillo que se adapte a las necesidades de la pareja, tengamos en cuenta que solemos comprar casa en la parte roja de la curva pero cuando llegamos a la zona azul, aún quedan muchas letras por pagar.

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