viernes, 13 de diciembre de 2013

Vivir en los EE.NN.PP.


Levantarse una mañana y conocer que ha sido publicada una norma en la que se declara espacio protegido la zona en la que vives, es una noticia que te cambia la vida. La alegría inicial por el reconocimiento puede tornarse pesadumbre en cuanto empiezas a conocer las repercusiones que ello trae a tu vida.

Sin duda incluir territorios en algunas de las figuras legales de protección existentes es una herramienta importante que ha permitido y permite salvaguardar algunas de las joyas naturales que aún mantenemos. En la mayor parte de las ocasiones es un paso valiente, fundamental, necesario. Imprescindible diría yo. Pero tampoco es la panacea.

Declarar una sierra, un humedal, una comarca como parque natural, como paraje natural es, en primera instancia, un honor para los que residen en la zona. Nadie valora más la tierra que aquellos que se han criado en ella durante generaciones, la protección, al fin y al cabo es un reconocimiento público y notorio. Pero ojo, porque este hecho cambia el modo de vida de decenas, cientos, o miles de personas.

Porque los espacios que son ricos en valores naturales son igualmente la principal fuente de recursos y medio de vida para sus habitantes. La simbiosis de las poblaciones rurales con su entorno es crucial. El medio es fuente de materias primas, de productos, de alimentos, de utensilios que durante décadas han sido el origen de oficios, costumbres, tradiciones y vía de prosperidad para los que en ella pasan su vida. Son ellos los que, además mejor conocen su biorritmo, sus cadencias, su productividad y, precisamente han adaptado a todo ello su propio estilo y ritmo de vida.

Sin embargo, al declararse el espacio protegido, las normas se alteran. Se prohíbe la recolección de determinados frutos, se restringe las condiciones de tenencia del ganado, de las actividades extractivas y productivas. Ya no se permite el uso de determinados productos o procesos en el suelo. Se controla la siembra o la tala. Se supervisa la emisión de residuos…. La buena noticia no tarda en convertirse en una losa cuando demasiadas familias ven coartado su medio de vida.

Esta cuestión ha ocupado y aún sigue siendo el centro de preocupación de los responsables de conservación. Ya la Asamblea  General de la Federación de Parques Naturales y Nacionales de Europa de 1.980 tuvo como título: “Utilización de la tierra y protección de la naturaleza, ¿Un conflicto inevitable”. La cuestión sigue hoy vigente.

Muchos de los espacios naturales protegidos están en áreas sometidas cada vez a mayor presión demográfica y explotación de sus recursos. Son demasiados los espacios convertidos en auténticas islas de biodiversidad, aprisionadas y atosigadas cada vez más por el despropósito que algunos llaman desarrollo.

En unos momentos donde la gestión de la conservación se hace especialmente difícil no podemos olvidarnos de los que cada día se levantan en espacios naturales, quieren seguir haciéndolo y quieren seguir viviendo y trabajando allí de una manera digna. Los Planes Rectores de Uso y Gestión y los Planes de Ordenación de los Recursos Naturales tienen que ponerse en valor.

Estos documentos deben marcar las líneas maestras de conservación y convivencia en los espacios naturales. Tienen que ser documentos vivos, sometidos a continua revisión y actualización, y en demasiados casos se encuentran olvidados, están obsoletos o recogen unos parámetros que hoy, en 2.013 resultan claramente inadecuados.

Unas políticas que permitan un desarrollo económico sostenible en el máximo grado de expresión del término, deben prestar especial atención a este aspecto. Vivir en un espacio natural debe ser un privilegio y motivo de envidia y algunas veces se ha convertido en motivo de expulsión del territorio.

Somos tan lerdos que tenemos olvidada una premisa máxima: la cuestión esencial es la habitabilidad de la tierra. Recientemente fallecido, me quedo con una frase de Mandela: “La obligación máxima de cada generación es pensar en la siguiente”. No eludamos nuestra responsabilidad.

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