Como día singular, comparto un pequeño relato, El Discurrir, que cuenta con la excelente colaboración de Nicolás Ruiz, poniendo imágenes y colorido al monocromo negro sobre blanco que yo utilizo.
Felicidades,
El discurrir
Tenía la sensación de
llevar durmiendo una vida, ya está bien, me dije. De manera lenta, torpe me fui
desperezando. Me había enfundado de manera tan precisa por la noche cuando me
metí en mi aposento que ahora salir de él se estaba convirtiendo en un acto casi
de evasión. Estiré los brazos y una luz intensa se coló veloz. Necesitaba
estirarme.
Como si fuese la
protagonista de una película a cámara lenta, corrí la parte de arriba y dejé
que entrase y me desbordase la luz, el aire y la dulce fragancia de la mañana.
El sol trepaba
decidido desde el horizonte y calentaba el ambiente, sediento del rocío de la
aurora, proclamando su reino y pregonando a todos, orgulloso que hoy iba a ser
él quien se encargase de disponer un gran día. Parecía aquel que está ultimando
los detalles de una gran fiesta.
Yo, a lo mío, saliendo
despacio, tenía entumidas las extremidades y temía hacerme daño. En todo caso,
tampoco había prisa, lo único que me esperaba, si es que lograba encontrarlo,
era un suculento desayuno, porque la verdad, hambre tenía.
Reconfortaba el sol,
me metió pulso en el cuerpo, me inyectó energía y ganas de vivir. Como quien
empieza un nuevo libro, parecía tener toda una nueva vida por delante y estaba
dispuesta a aprovecharla con la máxima intensidad.
Como si hubiese
recibido una orden directa desde algún centro neurálgico, empezó a actuar con
autonomía, de repente, percibí que mi cuerpo se había puesto en marcha. En mi
mejor momento, a tope de energía, ansiosa por comerme el mundo y mi cuerpo, parecía
querer cogerme delantera, lo mismo eran sólo sus ansias por matar el hambre.
Después
de llenar el estómago parece que la mente y el cuerpo volvieron a sintonizar,
así que no tuve más que disfrutar de la resplandeciente primavera, volviéndome
a maravillar y sentirme dichosa del rincón del mundo donde había ido a nacer.
Como
una privilegiada espectadora, me paseé sin prisa, observando a todos en sus
quehaceres, disfrutando del mosaico de colores y olores. Visto desde fuera era
como si todos formasen parte de una orquesta sinfónica, aliados y dirigidos por
el sol tocando la cadenciosa melodía de la vida.
Me
sentí tan feliz ese día que decidí apurarlo empapándome de todo lo que a mi
paso encontraba. Ya a la tarde, hasta la puesta de sol me pareció la más
hermosa promesa de un mañana.
XXX
Me encuentro
hoy aún más fuerte, apenas los rayos comienzan a calentar me pongo en
movimiento. Es verdad que al principio sin demasiada decisión, cualquiera que
me observe dirá que zigzagueo con parsimonia, si me mirase con atención
comprobaría que lo que hago es buscar algo de comida. Desde que he despertado tengo el pellizco en
el estómago y quiero quitármelo cuanto antes, además, necesito reponer fuerzas,
ayer fue un día duro, el viento combatió toda la jornada y me dejó exhausta. Mira
que bien, aquí parece haber algo apetitoso.
Con
la mente más clara, alzo la vista y compruebo que estoy cerca de la orilla, la
ladera es pronunciada y estoy en la parte más alta, aun así percibo ese
característico olor a sal y algas que comienzan a resecarse tras ser
abandonadas por la marea alta. El día es magnífico, calma chicha que diría un
marinero, por eso alcanzo también a divisar la otra, la otra orilla. Ayer no
pude verla en todo el día, las nubes la escondieron celosamente, pero hoy sí,
la veo de forma tan clara que parece haberse acercado durante la noche.
Trepa el sol hacia la cumbre del cielo y me transmite su vigor, ahora si avanzo decidida. Me cruzo con esos niños que suben a las cabras al monte tras ordeñarlas, y vuelvo a preguntarme por qué no prefieren ir a la escuela. Me encuentro con un grupo de mujeres de edad indescifrable, todas van cubiertas con el mismo tipo de ropa y se mueven de forma parecida, bajan al río a limpiar los grandes fardos de ropa que, con asombroso equilibrio, llevan sobre sus cabezas. Y veo hombres, esparcidos por los campos, afanados en las más diversas labores, unos azuzan a la mula para que tire del arado, otros desbrozan mala hierba en los linderos de los huertos, los hay que se encaraman a los árboles para repetir esa, la primera profesión de la raza humana, y están también los que, recostados sobre un tronco o una balda ven pasar la vida, y también a mi si repararan en mi presencia, pero no, debo reconocer que no soy tan atractiva.
La orilla cada vez más cerca, de manera casi autómata me he
acercado a ella, la humedad va impregnando todos mis poros, sé que no me
beneficia, pero está decidido, hoy es el día, quizá no vuelva a darse otra
oportunidad como esta y la orilla, la otra, está más cerca que nunca y debo
cumplir con mi destino al igual que lo hicieran antes de mi, incontables
generaciones. Tengo que alcanzarla y completar un nuevo ciclo. Allá, en la
orilla norte, estarán ya muchas de nosotras y esperan a las que aún quedamos
por aquí para cumplir ese objetivo final que todos, todas, tenemos en nuestras
vidas.
Me
siento hoy con tanto poderío como confianza, así que sin mayor ceremonia, con
ese zigzagueo que es mi sello personal, me lanzo, estoy en el mejor momento de
mi vida y puedo conseguirlo, estoy muy orgullosa además de pertenecer a este
grupo, el de las mariposas monarca, las únicas de su género capaces de cruzar
volando el Estrecho de Gibraltar.
FIN
2 comentarios:
Plas, plas, plas, plas, plas, plas...
Enhorabuena por el relato y por el aniversario, y que siga por mucho más, que aquí estaremos a la espera de nuevos posts.
¡Saludos!
Felicidades, por el aniversario y por lo que conlleva de tenacidad y constancia, enhorabuena. Raúl.
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