La complejidad de expresar los sentimientos, la dificultad
para mostrar lo que opinamos hace que nuestro cerebro diseñe enrevesadas
estrategias que cuando llegan al lenguaje nos hace tartamudear, decir palabras
inconexas o expresiones incomprensibles. Vamos, que nos hacemos la picha un
lio.
Superado el apuro ajeno, cuando observamos a alguien que
intenta manifestar lo que lleva dentro y no encuentra la forma, disfrutamos de
la comicidad de la situación. Yo también, debo confesarlo. Y de todos esos
momentos, los que más me gustan son los de las dobles negaciones.

Si aplicamos la regla matemática, doble negación es
afirmación. Para no complicarnos innecesariamente la vida, puede bastar con ser
honestos, francos, primero con uno mismo, luego con el de enfrente. Enterrada
la vergüenza, es el camino más corto para estar más cerca de lo que queremos.
O, claro, podemos seguir enrocados y anclarnos en la muerte
a pellizcos a la que nos lleva eso de “No Quiero Nada”.
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