jueves, 6 de marzo de 2014

Doble Negación


La complejidad de expresar los sentimientos, la dificultad para mostrar lo que opinamos hace que nuestro cerebro diseñe enrevesadas estrategias que cuando llegan al lenguaje nos hace tartamudear, decir palabras inconexas o expresiones incomprensibles. Vamos, que nos hacemos la picha un lio.

Superado el apuro ajeno, cuando observamos a alguien que intenta manifestar lo que lleva dentro y no encuentra la forma, disfrutamos de la comicidad de la situación. Yo también, debo confesarlo. Y de todos esos momentos, los que más me gustan son los de las dobles negaciones.

El español es un idioma que lo permite de manera amplia y ofrece un juego estupendo. Frases del tipo “no vino nadie”, “no hice nada”, “no tengo ninguna”, acompañadas de cierta gesticulación y una cara circunspecta son, desde luego, momentazos. Si hubiese estadísticas sobre el tema, creo que la que se llevaría el premio sería la de “No Se Nada”.
Hay también dobles negaciones y giros que tratan de ser un piropo a la persona amada y sólo consiguen provocar desconcierto: “no te pido nada”, pasa por ser un canto consentimiento, de resignación, casi de complacencia, cuando en realidad, la mayor parte de las veces, es un enorme grito ahogado de auxilio.

Si aplicamos la regla matemática, doble negación es afirmación. Para no complicarnos innecesariamente la vida, puede bastar con ser honestos, francos, primero con uno mismo, luego con el de enfrente. Enterrada la vergüenza, es el camino más corto para estar más cerca de lo que queremos.

O, claro, podemos seguir enrocados y anclarnos en la muerte a pellizcos a la que nos lleva eso de “No Quiero Nada”.

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