“The factory of the future will
have only two employees, a man and a dog. The man will be there to feed the
dog. The dog will be there to keep the man from touching the equipment”, afirma
Warren G. Bennis. Puede ser que la frase, sin dar tampoco la razón del todo a los creadores
de Terminator, tenga mucho sentido.
Existen tres cuestiones macro que resultan cruciales: el calentamiento
global, el agotamiento de las materias primas y recursos naturales y la
evolución tecnológica. Si tuviésemos que clasificarlas en orden de importancia,
las opiniones nunca coincidirían. Todas ellas provocadas por el hombre, todas
ellas relacionadas con el crecimiento exponencial de la población en los
últimos años, aunque, eso si, unas son efectos, y la última, la evolución
tecnológica, la única que podría señalarse como causa.
Cualquier cruce de datos nos permite afirmar que la evolución tecnológica
es la facilitadora del crecimiento poblacional. El avance tecnológica como
mejora de la esperanza de vida, como mejora de las condiciones de vida, como
factor clave del crecimiento de la población. Si el efecto resultó vital
durante la revolución industrial, aquello fue un ensayo de probeta con lo que
ahora vivimos.
Keynes publicó un artículo en 1930 titulado “Economic Possibilities for ourgrandchildren” en el que preveía que la mejora tecnológica y de productividad
permitiría que, aproximadamente en la fecha en que vivimos, fuese necesario
trabajar unas tres horas al día (15 a la semana) para obtener el rendimiento
necesario y requerido al tiempo de trabajo. El resto, podríamos destinarlo a
ocio, cultura,….
La evolución tecnológica no ha fallado, al contrario, se ha acelerado,
según el estudio “The future of employment: How susceptible are Jobs tocomputerisation” de los profesores Carl Benedikt y Michael A. Osborne, en dos
décadas, tres a lo sumo, el 47% de los trabajos actuales serán susceptibles de
automatización y por tanto ser desempeñadas por robots.
No falla la evolución tecnológica, nos equivocamos en la manera en que la
tratamos y distribuimos. Volviendo de nuevo atrás, para aprender de lo
ocurrido, podemos ver que en la revolución industrial, los grandes perdedores
de la misma fueron los empleados cualificados, que habían invertido tiempo,
esfuerzo y dinero en su formación, pero que se vieron relegados por los avances
mecánicos que ocasionaron grandes aumentos de la productividad pero no de los
salarios. La incipiente clase media que había aplicado perspectiva a medio
plazo se vio sobrepasada por los acontecimientos.
Justo ahora, también hablamos, cada día más, de la desaparición de la clase
media. En mi opinión, lejos de evaporarse lo que está haciendo es polarizarse.
Los más aventajados, creativos, resueltos, se quedan en el escalón de arriba. Y
en el de abajo, cada vez más abajo, se encuentra una gran masa que está viendo
cómo, desde economías lejanas ya no llegan productos básicos y baratos sino
instrumentos complejos y carísimos. Para muchos, la nebulosa globalización los
está transformando en unos expulsados del mercado de trabajo primero, excluidos
sociales después. Los salarios en España están bajando, pero aún no es
suficiente, quizás nunca sea suficiente.
Al avance tecnológico mal distribuido le sobra la clase media. O somos creativos,
versátiles, flexibles, innovadores y rupturistas permanentes, cual profesionales aves Phoenix, lo que nos permitiría estar arriba, o nos resignamos a
perder salario, estatus, calidad de vida y hasta derechos esenciales
que creíamos ya duraderos.
No se ha cumplido la predicción de Keynes a pesar de haberse superado el desarrollo tecnológico previsto. El problema está en el uso que se da y los
destinatarios del beneficio que se obtiene. Hasta el sueño americano ha dejado
de tener sentido. Hoy, el 1% de la población maneja el 37% de los recursos. La
mejora tecnológica está beneficiando solo a unos pocos. Esos mismos a los que
el concepto de desequilibrio social, de desigualdad les suena demasiado raro.
Es absolutamente imprescindible que los beneficios obtenidos de la mejora
tecnológica se conviertan en un bien común, lo contrario nos lleva al desastre.
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