Si sentiste alguna vez lo que es tener el corazón roto,
habrás podido disfrutar intensamente de la Semana Santa.
La transportación colectiva y simultánea a los momentos de
Pasión, Muerte y Resurrección, tiene un marcado paralelismo con el amor y
desamor particular y singular.
Y es que la intensidad, el calado, el arrebato de la Pasión,
llevado al extremo físico y mental como ha sido concebida para estos días, sólo
puede ser encajado a título individual si lo puedes asociar con la fogosidad y
éxtasis de la plenitud pasional carnal.
La oscuridad, el hastío, la penumbra de la muerte, la tienes
pegada a la soledad, la incomprensión, el fondo de pozo que es el desamor.
Y sin saber cómo, sin encontrar razón lógica aparente que
permita conectar ambas sensaciones, el nuevo amor aparece, el corazón se
reconstruye y un nuevo mundo de oportunidades aparece ante ti.
Celebrar la Pascua es celebrar la nueva vida que tienes ahí
delante, disponible si es que quieres aprovecharla, para estremecerse por
completo cuando suena aquello de, Junto a ti, soy mejor.
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