martes, 24 de junio de 2014

Árboles para la vida


Los bosques maduros son “reductos de biodiversidad, testigos del cambio climático, generadores de paisaje, dinamizadores de las economías rurales y herramientas de educación medioambiental”. Y también son los protagonistas de una exposición que en estos días (y hasta el 4 de agosto) puede visitarse en un el bello y singular palacio neomudejar de La Buhaira en Sevilla.

La exposición es una de las actividades de divulgación del proyecto LIFE “EnArbolar, Árboles para la vida” que lidera la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente y que pretende recordarnos la importancia vital de los bosques maduros y los árboles singulares.

En la página web de la Fundación, aparece mi pequeña contribución al proyecto, “Pastoreando un relato breve que narra la historia de Pedro, el pastor de árboles.

Los árboles, desde su solemnidad, desde lo alto de su copa, desde la firmeza de su tronco, desde su silencio, reclaman nuestra atención, debemos escucharlos.

Andalucía cuenta con un patrimonio forestal de incalculable valor. La masa forestal es de 4,6 millones de hectáreas, de las que el 75% son propiedad privada. En esa masa forestal están bosques de ribera, marítimos, de alta montaña, de clima mediterráneo, continental, caducos, perennes… Tenemos una suerte tremenda, casi del mismo tamaño que la responsabilidad de conservarlos.

Andalucía cuenta con una ley específica del área, es la Ley2/1992 de 15 de junio, Forestal de Andalucía. La norma acaba de cumplir 22 años, aparentemente reciente, pero en realidad bastante caduca. Resulta necesario acometer una actualización de la norma, sobre todo en su foque y líneas prioritarias de actuación.

Al peligro continuo de los incendios forestales, bien controlados por la creciente educación, concienciación, pero sobre todo vigilancia y castigo de los delitos, y el ejemplar plan INFOCA, hay que unir cambios en los usos del terreno, el importante cambio que supone en los bosques los cambios de uso ganaderos, la pérdida de valor de productos tan importantes como es el corcho o la madera menos noble. Y a más, el cambio climático no es una especulación, está ya aquí.

Singular atención requiere la dehesa, ese bosque antropomorfo sobre el que se cierne el mayor de los peligros, la enfermedad de la seca que hace que se hayan perdido ya más de 500.000 pies y ha convertido extensas zonas del suroeste peninsular en auténticos eriales. Según algunas previsiones, hace peligrar la viabilidad del propio ecosistema a medio plazo.

La gestión forestal es casi tan compleja como la biodiversidad que encierran los bosques. Sus decisiones y acciones tienen un efecto diferido que hace complicado identificar las causas-efecto, tienen escaso efecto mediático, y suelen ser considerados centros de costes. Sin embargo, son esenciales, su pérdida es irreparable, insustituible.

No esperemos que el problema nos amenace de cerca para tomar conciencia. Hace unos días me he enterado que Pedro, el protagonista de mi relato, bien podría vivir en Robledo de la Guzpeña. La realidad, de nuevo, compite con la ficción.

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