La presentación de “La Noche Isleña” de Antonio J. Cárdenas Rojas se convirtió el otro día en la excusa perfecta para disfrutar
intensamente de una nueva ídem.
Dada la cercanía del solsticio de invierno arrancó pronto, y
a las primeras sombras se podían encontrar algunos locales y bares atestados de
entusiastas, agarrados al cubata y la animada charla. Ya de mañana, unas
cuantas horas después sólo quedarían los restos, en forma de peloteras de
plásticos y botellas de refresco y licores, vacías, esparcidas por algunos de
nuestros polígonos y parques.
Antonio hace un recorrido muy interesante por las horas de
sombra de Isla Cristina. A pesar de la advertencia previa del autor sobre la
inexactitud y lo incompleto de la publicación, su amplio trabajo, su dura tarea recopilatoria de
documentos y testimonios, y su capacidad para ordenar la información merecen
todo el elogio.
Recorrer sus páginas es también hacer una senda por la
historia reciente de Isla Cristina, y es que la noche isleña, también forma
parte de nosotros. Refrescando nombres de locales, logos, coletillas, grupos de
música, personas y personajes no cabe reprimir la sonrisa en muchas de sus
páginas.
Cierto que el libro no es exhaustivo, pretenderlo hubiese
sido utópico, y que cabría mayor precisión y explicación en algunos de sus
apartados, pero el objetivo no era ese. El simple hecho de pasar a papel lo que
hasta ahora era simple memoria viva y efímera, pasada por cierto tapiz de
objetividad, hace la publicación deba formar parte de las ilustres crónicas
isleñas.
Ando meditando sobre la teoría del autor que habla del auge,
apogeo y decadencia de la noche isleña pues, con algo de perspectiva, es
necesario destacar lo que ha cambiado el resto de la vida y el entorno en los
últimos cincuenta años, y no me refiero a las entradas y tripas que lucen unos
ni a las canas que intentan tapar otras. Los vertiginosos cambios en el acceso
a la información, la tecnología, los medios de comunicación hacen
conceptualizar la vida y la noche de otra manera.
Casi no me atrevo a decir si antes era mejor o peor que
ahora, es simplemente distinta, y en todo caso, siempre ligada a excesos y
tanteando los límites, puede ser eso lo único que no cambie.
Exprimir la noche ha sido, es, y será. Cuestión distinta es
que compartamos la manera de hacerlo. Mi generación creció con unos padres que
nunca terminaron de entender aquello de meterse en una discoteca a reventarse
los tímpanos hasta el amanecer, con lo divertidos que habían sido sus
guateques. Yo no termino de entender el botellón. Insisto, la manera de relacionarse
y consumir, los horarios, los lugares, las vestimentas, los watios, las drogas,
la música… cambian, pero, se sigue saliendo de noche, sin recato.
La noche isleña moldea Isla Cristina, tiene su trozo de
responsabilidad en que el pueblo se haya convertido en lo que es. La manera en
que la gente de un pueblo vive la noche dice mucho del mismo. Para conocer Isla
Cristina, hay que conocer la noche, hay que leer el libro. Gracias Antonio por
hacer este necesario trabajo.
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