viernes, 30 de enero de 2015

De la confianza a la autoestima


Premisa inicial, asumir el carácter social del ser humano. Ese que hace que necesitemos sentirnos partícipes, integrantes e integrados, esa necesidad del arrope de nuestros cercanos, de comprensión, de unión, de, en realidad, ser parte de.

Los ermitaños, los ascetas son especímenes realmente extraños. Afirman no necesitar de otros para seguir adelante. No sólo están en cuevas en las montañas, son todos esos que forjan su carácter de manera individual, esos que sólo se sirven del entorno para cocinar su propia lectura de la vida, son raros, pero por carácter, no por número. La tipología de los ascetas es amplia y es enriquecedora, algunos son una fuente increíble de saber. Nada como pasar un rato con uno de esos solitarios pastores bajo una encina compartiendo un cacho de queso y unas uvas para comprobarlo.

Lo esperable es lo contrario, personas sociales por naturaleza, esos que no se encuentran cómodos y relajados en su individualidad y que constantemente trazan redes de contactos donde la comunicación debe fluir de manera habitual.

Únicamente en esas relaciones se muestran y reciben sensaciones que adquieren su sentido cuando son compartidas: la comprensión, el afecto, el cariño, la amistad, el compañerismo, la camaradería en la parte de las filias; pero también el odio, la envidia, el recelo en el bando de las fobias.

Todas estas sensaciones compartidas, sociales, adquieren el sentido cuando se identifican el uno y el otro, el que genera y el que recibe, necesitándose que no se corte el hilo conductor para que adquieran fuerza, energía (positiva o negativa).

En el grupo de las sensaciones sociales, existe una que es la más individual de todas. Esa que lanza alguien dotado de una luz especial y que, de manera generosa traslada al otro. Hay personas que tienen la enorme virtud de regalar confianza. La confianza se comparte, y ante todo, se da.

 A veces nos encontramos con alguien que es capaz de generarla. La confianza toma primero la forma de la tranquilidad y, como si de una semilla se tratase, brota de ella la autoestima, imprescindible para las personas sociales y las que no.

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