Se usa en el ambiente profesional, en el de empresa, para
identificar el límite máximo al que se puede llegar. Aun estando capacitado
para llegar más alto, aunque personal y
profesionalmente podamos dar más de sí, hay otros factores, externos
generalmente, que impiden subir un nuevo escalón.
Son demasiado habituales estas circunstancias en empresas
familiares para alguien contratado desde el exterior, y también para las
mujeres en ambientes rancios. No está mal, nada mal identificarlos y
calibrarlos para saber si tenemos que correr a una ferretería a buscar un
martillo o son necesarias otro tipo de medidas.
Vale también hablar de techo de cristal en el plano
personal. Para nuestra condición física, por ejemplo. De manera natural, la
mejor etapa son los veintitantos y, a partir de ahí, el proceso degenerativo
celular se empeña en hacer su trabajo. Tengo la suerte de conocer a personas
que, como a los buenos vinos, los años le sientan muy bien, cuestión también de
trabajo y atención. Es posible, por supuesto.
Y la satisfacción personal, la más individual, la esencial,
la muy nuestra, ¿también tiene techos de cristal? Puede ser, quizás no es
cierto aquello de cualquier tiempo pasado fue mejor, a lo mejor podemos subir
de nivel ahí también. Quizás podamos encontrar caminos y martillos que permitan
que nos encontremos mejor con nosotros mismos y con la vida, mejor de lo que
estamos ahora, mejor de lo que ya estuvimos. Busquemos ferreterías donde vendan
martillos para esos techos.
Allá arriba está el cielo. Cejar en el empeño de mejorar, resignarse a pensar que no
podemos ir a mejor es un fracaso personal que nos lleva a la mediocridad,
aunque nadie más se entere.
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