lunes, 1 de junio de 2015

Horario de Verano (I)


Comenzando el mes de junio, el reajuste de horarios toma protagonismo y los engranajes de muchas organizaciones chirrían al adaptarse a los nuevos tiempos de entrada y salida, a los nuevos ritmos.

El ciclo escolar llega a su fin, las temperaturas suben, las horas de sol se alargan y la costumbre de iniciar el “Horario de Verano” vuelve a ser bandera de muchos.

La cuestión quizá deba ser si lo que tiene razón de existir es el “horario de invierno” con esas jornadas partidas, a veces con dos y tres horas de intervalo que atan a las personas a sus puestos de trabajo con jornadas laborales que suenan a eternas. Para cubrir las habituales ocho horas diarias, no son pocos los que tienen que pasar fuera de casa doce o trece horas.

Miramos con envidia los horarios laborales de otros países. Acabar la jornada a las 16:30, a las 17:00 y tener toda la tarde por delante para aficiones, cuidado de niños, etc se hace especialmente deseable, pero entran en juegos factores como la cultura latina del bajo rendimiento, la norma del presentismo de no pocas empresas, la supuesta atención al cliente.

En esta serie de post, que abre este texto, voy a analizar la cuestión de los horarios laborales desde distintos ángulos, tomando la materia como lo que es, extremadamente compleja, y difícil de encontrar una solución única y válida para todos. Estudiaremos la duración de la jornada laboral: primero desde la perspectiva de la empresa, sus costes y sus eficiencias, segundo desde el punto de vista del servicio y necesidad de horarios amplios de apertura, tercero desde el ángulo de la conciliación profesional y personal y por último y en cuarto lugar desde la perspectiva de la cultura social.

Más allá de las empresas que tienen un ritmo laboral establecido de turnos, casi todos los empleados reciben con alegría el horario de verano. A pesar de los mayores madrugones, a pesar de la exigencia en no pocos casos de tener que almorzar fuera, los trabajadores se alegran de terminar antes de trabajar, de pasar menos tiempo en la empresa y poder dedicar las tardes de verano a las piscinas, a los niños o cualquier otra cosa. La exigencia de la empresa siempre suele estar en la misma línea, que no decaiga el rendimiento.

En numerosos trabajos de organización en los que he podido participar, queda siempre demostrado que en el horario de verano, el rendimiento no sólo se mantiene sino que es superior. La presión del horario, sabedores de que se cuenta con menor tiempo para la tarea, fija la atención, la concentración de los trabajadores, se reducen tiempos muertos, distracciones, gestiones personales, se reduce el absentismo, en definitiva, el rendimiento laboral no sólo se mantiene sino que mejora. ¿Por qué no mantener el horario de verano todo el año?

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