Comenzando el mes de junio, el reajuste de horarios toma
protagonismo y los engranajes de muchas organizaciones chirrían al adaptarse a
los nuevos tiempos de entrada y salida, a los nuevos ritmos.
El ciclo escolar llega a su fin, las temperaturas suben, las
horas de sol se alargan y la costumbre de iniciar el “Horario de Verano” vuelve
a ser bandera de muchos.
La cuestión quizá deba ser si lo que tiene razón de existir
es el “horario de invierno” con esas jornadas partidas, a veces con dos y tres
horas de intervalo que atan a las personas a sus puestos de trabajo con
jornadas laborales que suenan a eternas. Para cubrir las habituales ocho horas
diarias, no son pocos los que tienen que pasar fuera de casa doce o trece
horas.
Miramos con envidia los horarios laborales de otros países.
Acabar la jornada a las 16:30, a las 17:00 y tener toda la tarde por delante
para aficiones, cuidado de niños, etc se hace especialmente deseable, pero
entran en juegos factores como la cultura latina del bajo rendimiento, la norma
del presentismo de no pocas empresas, la supuesta atención al cliente.
En esta serie de post, que abre este texto, voy a analizar la cuestión de los
horarios laborales desde distintos ángulos, tomando la materia como lo que es,
extremadamente compleja, y difícil de encontrar una solución única y válida
para todos. Estudiaremos la duración de la jornada laboral: primero desde la
perspectiva de la empresa, sus costes y sus eficiencias, segundo desde el punto
de vista del servicio y necesidad de horarios amplios de apertura, tercero
desde el ángulo de la conciliación profesional y personal y por último y en
cuarto lugar desde la perspectiva de la cultura social.
Más allá de las empresas que tienen un ritmo laboral
establecido de turnos, casi todos los empleados reciben con alegría el horario
de verano. A pesar de los mayores madrugones, a pesar de la exigencia en no
pocos casos de tener que almorzar fuera, los trabajadores se alegran de
terminar antes de trabajar, de pasar menos tiempo en la empresa y poder dedicar
las tardes de verano a las piscinas, a los niños o cualquier otra cosa. La
exigencia de la empresa siempre suele estar en la misma línea, que no decaiga
el rendimiento.
En numerosos trabajos de organización en los que he podido
participar, queda siempre demostrado que en el horario de verano, el
rendimiento no sólo se mantiene sino que es superior. La presión del horario,
sabedores de que se cuenta con menor tiempo para la tarea, fija la atención, la
concentración de los trabajadores, se reducen tiempos muertos, distracciones,
gestiones personales, se reduce el absentismo, en definitiva, el rendimiento
laboral no sólo se mantiene sino que mejora. ¿Por qué no mantener el horario de
verano todo el año?
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