Cuando aumenta nuestra afectividad hacia unos, con otros se
empeora. Cuando estamos de apretón con alguien, ya sea amigo o pareja, se
deteriora otro cariño. Las relaciones personales son como montañas rusas,
cargadas de adrenalina, avances, retrocesos y espirales que machacan el cuello,
el estómago, el oído y pinchan el corazón.
La dificultad de las relaciones, solemos resumir y
consolarnos. Del todo a la nada en cuestión de minutos. El secreto del triunfo
de la ruleta rusa. La de noviazgos arrebatadores y apasionados que acaban en
los juzgados peleándose por el último adorno de una estantería.
Calibradas o no, son meras expectativas. Si la otra persona
las cumple, la amamos, si las aplasta, la odiamos. Pero las expectativas
desvirtúan la realidad, eso que no es más que la capacidad de engañarse que
tienen los sentidos según Einstein. Nos autoengañamos, y lo hacemos muy bien,
por cierto.
Nos turbamos, nos sugestionamos y nos generamos unas
expectativas que pueden no corresponderse con la realidad. Cuando no se
cumplen, juzgamos y criticamos. Con esa simiente, el deterioro de las
relaciones está garantizado.
Tener expectativas no es malo, son deseos en definitiva,
sueños, objetivos, motor de vida, pero no los condicionemos a que los otros
sean como esperamos ni que actúen como nos gustaría. Aparquemos nuestro ego y
nos irá mejor, no reaccionemos al ego del otro y se marchitará el conflicto.
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