La competencia tiene virtudes en si misma, hace
prosperar, mejorar. Intentar ser mejor que el otro nos hace esforzarnos y poner
lo mejor de nosotros mismos. Ser mejor que los otros en el ámbito del mercado
capitalista es ser competitivo.
De forma paralela, como si de una descomunal matriz de
doble entrada se tratase, es necesario tener en cuenta el entorno y el sector.
En sectores maduros, saturados, la competencia es alta y la competitividad
difícil de alcanzar, solo reservado a los mejores. En esos espacios se vive al
límite, de los nervios y de la legalidad. En eso está Volskwagen.
Después, están los plazos y la necesidad de ofrecer
resultados en el tiempo solicitado. Las compañías cotizadas en bolsa pueden
tener objetivos estratégicos, si quieren, pero lo fundamental es lo inmediato y
los rumores. En eso está Abengoa.
Optimizar costes por encima de la seguridad o las
calidades mínimas exigidas es otro apartado, en eso estuvo Boliden-Apirsa.
Jugar con la propia genética para mejorar eficiencias es otro plano, en eso
está Syngenta.
Tomemos el ángulo que tomemos, acabaremos encontrándonos
que la competitividad, el mercado y la rentabilidad económica dinamita el
equilibrio y pide a los agentes que quieran entrar en el juego, que expriman el
limón de la tierra y las personas.
Estamos en una crisis maltusiana y la experiencia dice
que cambiaran las reglas del juego. Cada vez que ha ocurrido en la historia, ha
sido necesario replantearse el modelo de relación Hombre-Tierra.
Hoy es necesario romper el paradigma de que el desarrollo
está ligado al crecimiento económico. El reto pasa por entender que hay
prosperidad sin crecimiento y que la democracia es un modelo que va más allá de
las grandes instituciones formales.
A los vanguardistas, a los innovadores es a quienes se
les queda estrecha la cancha de juego. Se excusa demasiadas veces a esos
transgresores del mercado capitalista alegando que son los que hacen
evolucionar el sistema. Hay una clara diferencia entre esta evolución y la
natural pues el modelo competitivo de mercado es excluyente y destructivo
mientras que la evolución natural es enriquecedora, perfeccionista e
integradora, por tanto hace el modelo más eficiente, eficaz y sinérgico.
Justo cuando la tecnología permite la compra y venta
universal sin restricciones de horarios ni espacios es necesario desconectarla
toda para oir el ritmo de la Tierra. Las organizaciones que lo entiendan
conquistarán el futuro, eso, si las que no quieren enterarse, lo destruyen
antes.
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