Es la enésima vez que lo dicen. Quieren hacernos creer que
es la definitiva. Estados Unidos se va a llevar la tierra contaminada de
Palomares a un lugar de seguridad nacional en el desierto de Nevada.
Cierto que fue un hecho no voluntario, y que aquel B-52,
cuando intentaba repostar en el aire del nodriza KC-135, aquel 17 de enero del
66, sufrió el percance que hizo que, al elevarse más de lo debido, colisionara
con la panza del nodriza y dejase escapar esas cuatro bombas que llevaba en su
interior.
Cayeron en Palomares. A una se le accionó el paracaídas y no
sufrió percance, dos cayeron a plomo y dejaron escapar plutonio tras el golpe.
La cuarta cayó al mar, y la encontró con sus redes el 15 de marzo el que a
partir de entonces sería “Pepe, el de la bomba”.
Desde entonces, poco ha cambiado en Palomares, este pequeño
rincón de Cuevas de Almanzora que ha escapado a la explosión urbanística. Un
par de chiringuitos en las playas bien conservadas y cultivos de melón y sandia
además de la pesca tradicional.
Cuando apareció John Karry firmando el acuerdo y añadiendo
con la letra pequeña que aún hay que ponerse de acuerdo en la logística y en
ver quien corre con los costes, le pusieron algunos micros a los vecinos de
Palomares para pedir su opinión. Todos decían que no entendían a qué venía todo
esto ahora.
Al menos, nuevas generaciones conocen, aunque sea flor
noticiera de un día, de lo que allí ocurrió, de las prácticas coloniales que
existían y que parecen seguir en vigor. Porque más allá de que cada uno se
lleve sus basuras, ¿no hay otra opción más práctica y barata? ¿Hacía falta
darle tanto bombo al hecho de mover desde Almería al desierto de Nevada unas
30.000 Toneladas de tierra?
Ya puestos, podría añadirse al carrito las miles de
toneladas de residuos procedentes de la industria minera y por supuesto, las balsas
de fosfoyesos de Huelva.
Andalucía es una tierra tan rica, que ha sido explotada y
utilizada desde hace centenares de años. La mejora de las técnicas sólo ha
hecho que los impactos sean cada vez mayores. Las bombas de Palomares no hacen
sino recordarnos que a veces tenemos armas que escapan de nuestras manos y
nuestro control. Y lo que es peor, que no sabemos gestionar sus consecuencias.
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