Dormirse, relajarse, excitarse con esas ansiadas
braguitas en la almohada; tan cerca, tan cerca, que su tacto, que su olor, sean
marcas delatoras de su ansiada presencia.
Un intenso y prolongado deseo puede llevarnos lejos, tan
lejos, que permite que nos acerquemos peligrosamente a lo incomprensible.
Chicas en ropa interior cuelgan fotos en un portal, a
modo de exposición. Mediante subasta o precio fijo, venden las prendas que
lucen, preferentemente sin lavar. En este mercado, tanto la oferta como la
demanda es amplísima. Su mayor exponente Japón, es La Burusera.
Una vieja regla de los zocos parece predecirlo: siempre
hay un precio al que uno está dispuesto a comprar y otro, dispuesto a vender. Siempre
existe un rincón del universo donde existe el margen de acuerdo. La
satisfacción para ambos. Tan viejo que resulta que es la ley más básica del
capitalismo y del libre mercado.
Un universo donde todo se compra y se vende, donde con
todo se mercadea, donde unos desean y otros tienen, donde el flujo de
intercambio es la reacción química que a modo de descarga eléctrica nos hace
sentirnos vivos. Por eso la satisfacción de la compra, por eso la terapia de ir
de tiendas cuando se tiene depresión.
El límite al libre mercado según diversas corrientes
ecosociológicas está en la ética, en la moral y en el respeto hacia el prójimo.
De contrapeso, la avaricia y el egoísmo, la codicia y la manoseada debilidad
humana.
En Japón, ante la desmesura y crecimiento de las tiendas
Burusera, donde miles de chicas llevaban sus bragas, arrugas y olores incluidos, donde otros tantos miles
de clientes pujaban cada vez más alto por comprarlas, las autoridades intentaron
poner freno restringiendo su práctica, poniendo controles. El libre mercado
volvió a abrirse camino y apareció el contacto por internet, y ante la
imposibilidad de compraventa de prendas se ha extendido la práctica de capturar
olores in situ, es decir, con la prenda puesta.
No hay traba legal que no pueda superar el deseo, la
necesidad y el ingenio. Todo por el libre mercado. No miremos con extrañeza e
incredulidad las barbaridades que cometen los humanos que disponen de mayor
poder. No nos escandalicemos de los destrozos que cometen gobiernos y
multinacionales, el mercado nos manda.
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