Los cambios deben percibirse como necesarios para que se
materialicen, por simple y vital instinto de supervivencia, somos naturalmente
conservadores, la aversión al cambio.
Centenares de manuales y teorías existen para motivar el
cambio en las organizaciones. Reto tan viejo, tan básico, tan eterno como los
liderazgos y los principios básicos de gestión y dirección.
Mientras no exista una inquietud social, una demanda
colectiva, una situación que se perciba, que se sienta como precaria, aunque
sea por pura comparación con otros, no tendrán éxito los exploradores, los
inquietos, los más sensibles y necesitados de esos cambios.
Cuando la mayoría no tiene vida, latente, imperiosa, una
necesidad real propia, no pueden prosperar ni consolidarse alternativas
políticas reales, materializables que plasmen en el futuro colectivo esas
demandas.
Mientras no se perciba
la amenaza como propia, no existirá movilización.
La desafección de las instituciones ha derivado en la
actualidad hacia una apatía hacia lo colectivo y el desvanecimiento del futuro,
el que sea, como proyecto común.
Hoy lo colectivo se ciñe al seno del núcleo familiar
intrageneracional, por eso el reto, el objetivo estratégico pasa por llegar a
tener una buena casa, tele, coche y vacaciones. En la práctica ese es el
sentido de la mayoría. No cabe entenderlo de otra manera, y hoy, el status quo
establecido alimenta incesantemente esta idea.
En ese ideal antroponcéntrico, reducido, egoísta y
cortoplacista es donde radica el fracaso social
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