La primavera explota ante nosotros y su alegría nos hace venirnos arriba. El entusiasmo nos lo llevamos a las
celebraciones, los actos sociales que en estos días se multiplican y copan las
agendas: romerías, ferias, comuniones, bodas, bautizos, aniversarios,...
Todo queremos celebrarlo con la mayor pompa posible que
es el signo más evidente de nuestro regocijo. A más a más. Cuanto más grande,
vistoso, ostentoso, mejor. Que a nuestro niño, a nuestra niña, a nuestros
amigos, a la familia, no le falte de ná.
Ese gesto de generosidad y alegría compartida, se
convierte en las comunidades, en los barrios, en los pueblos, al minuto siguiente, en un modo de competición.
La mía la mejor, la mía la más grande, la que más gente vino, la que más duró. La mía en la que más gambas y jamón
sobró.
En la histeria colectiva de la pomposidad, la magnitud
del evento se convierte en el protagonista. Llevar a la mejor orquesta, el
recuerdo más caro y original, el after más largo y suculento, la barra libre de
primeras marcas, es el objetivo, el motivo del que dar que hablar en los días siguientes y a más tirar, las próximas semanas.
Muy atrás y demasiado tapado queda en esos momentos el origen del evento: el
enlace matrimonial, el culto al santo, el sacramento del infante. Eso, es
accesorio, secundario, una mera excusa.
(Aquí es donde muchos desconectan). Han encontrado alguna
poderosa justificación, una clara explicación de conciencia para negar la mayor
y reivindicar que esto no es cierto y que lo que lo mueve es el enlace, El Niño
o el culto a la virgen. Y lo tiene clarísimo, y su discurso interior y exterior no deja margen de duda. Aunque sus actos de los últimos
años apenas lo respalden. Pues su vida religiosa es interior..., porque nunca
renegó del peñazo que son las catequesis..., porque nunca admitirán en público que
lo hacen porque es la costumbre pero que se hubiesen casado por el juzgado...
No se encuentra justificada esta desmesura en las celebraciones familiares, considerando
que no son escasas las ocasiones en las que el evento supera las capacidades
económicas de las familias y proceden a pedir prestado o solicitan que los
invitados paguen los cubiertos del almuerzo/cena.
Hay que alejarse de tanta fachada, de tanto aparentar, de
tanto fasto y pompa vacía de contenido y agarrar la honestidad, los valores, el
protagonismo de las personas. Nos sentiremos mejor con nosotros mismos e incluso podemos llevarnos gratas sorpresas ante las reacciones de los que bien nos
quieren.
1 comentario:
Me quedo con esto lo demás para mi es secundario cada uno que haga lo que quiera.
Más humanidad honestidad y menos aparentar es así.
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