Como ciencia social, la economía difiere conceptualmente y
por naturaleza de las exactas y sus modelos previsionales tienen una bolsa
ingente de variables que necesitan atarse con el ceteris paribus para poder
seguir con un digno hilo argumental.
El desarrollo y primacía del modelo capitalista otorga
prioridad a los rendimientos y por ello, la productividad, la eficiencia y los
plazos son los condicionantes exigidos para determinar la bondad de las
propuestas.
Tenemos implantada la creencia de que lo importante son los
beneficios empresariales, el rendimiento de los accionistas, las mejoras
salariales, el coste de los insumos y aportar valor en cada eslabón de la
cadena productiva.
El éxito de la economía está en la acumulación, en el
rendimiento financiero.
El modelo se ha hecho tan fuerte que, por primera vez
en la historia, los movimientos y rendimientos de capital son superiores a los
rendimientos de la actividad real.
Hemos llegado, casi sin sentir, a un mundo de economía
líquida. La solvencia ha cedido el trono a la liquidez, la generación de
riqueza ha dejado de tener volúmenes y unidades. Ahora la riqueza, el éxito, el
triunfo, el objetivo, quieren hacernos creer, que está en el rendimiento
asegurado de un derivado asiático.
La frenética espiral de búsqueda de rendimientos hace que,
cíclicamente, los tiburones vayan invadiendo y destrozando mares. Casi es
historia la crisis de los combustibles, nos queda ya demasiado lejos el
estallido de las puntocom, el crack de las materias primas, hablamos en pasado
de las hipotecas surprime cuando ya se está cocinando otra. Las explosiones
económicas son como las guerras, cada vez mayores, cada vez más destructivas,
cada vez salpican a más gente y durante más tiempo.
Porque en estos ciclos, la gente es un factor colateral
auxiliar, sólo tenido en cuenta a posteriori. Porque en Wall Street y en los
despachos de negociación de los lobbies sectoriales, la gente son números.
Porque no se valora ni analiza que cada hipoteca impagada es una familia que se
queda sin hogar. Porque cuando se piden explicaciones a los tiburones,
devuelven el zarpazo apelando a la supuesta ignorancia, soltando aquello de “Es
la economía, estúpido”, para no reconocer que en realidad, son los principios,
la ética y los valores.
Los de convivencia y respeto, por el vecino, por el prójimo,
por otros territorios, por otras culturas, también por las próximas
generaciones. Somos seres sociales, por eso la economía es una ciencia social.
Una obviedad alejada de los despachos que adoran el vellocino de la economía
líquida. Un mundo en el que las reglas dan por sentado que el campo de batalla
quedará sembrado de empresas cerradas, gente desahuciada y tierras esquilmadas.
Cualquier futuro posible pasa por la convivencia y el
respeto, en el que quepamos todos, o no será. Con reconocimiento de libertades,
de derechos y también de deberes, por supuesto, pero para todos y en todos los
ámbitos. La economía líquida no lo hará posible porque es egoísta, extractiva,
manipuladora, esquilmadora, injusta.
Dice Mark Twain que lo que te mete en líos no es lo que no
sabes. Es lo que das por seguro y luego no es así. El mundo capitalista ha dado
por seguras muchas apuestas que no fueron así. La economía líquida es agua y
aceite con la social. Y el futuro es social, o no será.
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