jueves, 27 de octubre de 2016

Qué fue de los telemaratones?

Dónde quedaron esos programas de recaudación en solidaridad con las grandes catástrofes? Resultaba morboso ver crecer la cifra en el faldón de la pantalla, y a tanta gente simpática animando a llamar para donar. Para llevar supervivencia a esos pobrecitos que salían en la fotito de la esquina.

James Woolsey, exdirector de la CIA, tras analizar muchos datos y situaciones, dijo que en un planeta mucho más cálido, el altruismo y la generosidad se verían probablemente muy erosionados.

En la medida en que todos nos sentimos más amenazados, somos también más necesitados. Somos el objetivo de nuestra propia solidaridad, o sea, nos volvemos más egoístas. Instinto de supervivencia, dirían los biólogos y psicólogos al tratar de llevarlo al extremo y lograr de paso una justificación que encajona conciencias.

El espacio de pantalla de los telemaratones parece haber sido ocupado por la información de desgracias. El último esperpento, la retransmisión en directo de los bombardeos con drones. Más cerca de la guerra, del drama, de la canallada.

Y los ciudadanos, más abrumados por nuestros propios problemas, esos que sabemos que nadie resolverá por nosotros, engrosamos nuestra coraza. Cada vez estamos más embotados de malas noticias, somos más fríos ante las calamidades e insensibles y embrutecidos hacia el mal ajeno. Es lo que he dado en llamar la fatiga de la compasión.

El rutilante machaqueo llena el saco del hartazgo. Al final de una dura jornada, a más de uno se le pasa por la mente al poner las noticias: Que se jodan, que cada palo que aguante su vela. Y si no pasamos al siguiente pensamiento con el botón del mando a distancia y la conciencia intenta revelarse, la desmochamos concluyendo que ya tenemos bastante con lo nuestro.

Como no hagamos nada, será un principio de pensamiento y acción que dispondrá del futuro. Cada vez más individualistas, egoístas, insolidarios. 

Una deriva en la que los conceptos de cadena de favores, el hoy por ti mañana por mi, se ahogarán en su propia melaza.


Los telemaratones eran aburridos y ñoños, si, pero hoy, los echo en falta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno, todos deberíamos poner en marcha la cadena de favores. Yo lo hago, pero doy y no recibo, y no me canso, aunque a veces me desilusiona la gente egoísta, pero es su problema.... Yo tengo un gran corazón y aunque me vaya peor que al del frente, sigo haciendo el bien. Tú haces lo mismo que yo, Sr. autor?����