miércoles, 12 de octubre de 2016

Seguimos usando muchos ddts

Para tener un punto de partida común, lo más oportuno puede ser comenzar por una experiencia cierta. El Fondo para la Defensa del Medio Ambiente, tuvo que pelear y pelear a finales de los sesenta para conseguir que su demanda judicial para prohibir el DDT fuese admitida a trámite. Era un producto útil, reconocido y permitido por las leyes.


La bondad del sistema normativo tiene tres grandes restricciones: el marco estatal, el conocimiento y el poder de los intereses. Dado un modelo de estado y un espacio temporal, los condicionantes esenciales son el grado de desconocimiento de variables exógenas, gran parte de ellas desconocidas, y el empuje que intereses fácticos y económicos ejercen sobre el legislador.

Podemos estar utilizando en nuestros campos, en nuestros mares, en nuestras ciudades, en nuestros hogares productos con un alto potencial de toxicidad y que estén pasando por inocuos. Véase la noticia del césped artificial de hace unos días. Que lo permita la ley no supone que estemos eximidos de riesgo.

Es cierto que sería una locura vivir en la inseguridad permanente, es necesaria una confianza básica a nuestros suministradores de productos diarios, pero igualmente es necesario reconocer que es necesario priorizar los mecanismos que nos faciliten un mundo más sano.

Y por qué somos tan torpes que diseñamos y usamos productos que pueden volverse en nuestra contra? Veamos. El ámbito de la investigación empresarial tiene dos criterios fundamentales hoy: rapidez en llevar la innovación al mercado y rentabilidad a corto plazo. La ética y los principios que suelen velar por la seguridad parecen quedar circunscritas al laboratorio. Con esos patrones de funcionamiento de la investigación, acólitos de los requerimientos del mercado y la rentabilidad financiera, puede llegarse a suponer que efectos de segundo o tercer nivel no estén suficientemente tenidos en cuenta.

La innovación es llevada a cabo por empresas supranacionales, que han evolucionado más rápido y más ágilmente que los estamentos públicos de nivel superestatal. Las grandes empresas siempre encuentran rincones del planeta donde hacer pruebas piloto.

Dado el poder de la tecnología humana, debería ser obligatorio que esa balanza de coste/beneficio se utilizase en términos de equidad interterritorial e intergeneracional.


Es absurdo renegar del avance tecnológico, pero si es de justicia exigir que el mismo sea utilizado en beneficio de todos, los que somos y los que seremos. Los estados como garantes de la sociedad tienen que acelerar el paso y apretar los dientes porque ahora, los intereses de poder y económico de unos pocos, les están ganando de calle.

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