En el código de gestión de los conductores de vehículos de
seguridad pública: ambulancias, policía, bomberos, etc., aparece que, cuando se
acceda a zonas sensibles para la población, como zonas escolares u
hospitalarias, se tiene que quitar la sirena para evitar generar alarma y
angustia.
Algunos conductores parecen haber suspendido el carnet o lo
han olvidado pues llegan hasta la misma puerta de urgencias con todo el
dispositivo luminoso y sonoro en marcha. También puede estar ocurriendo que
necesiten hacerse oír para acelerar el acceso y hacer bien su trabajo.
El poder del ruido en nuestra vida es cada vez más patente.
Cada vez somos más estridentes. A la pitada del segundo o tercer coche en el
segundo de cambiar el semáforo, le están sucediendo pitadas, voces, gritos,
ruidos por doquier, por cualquier cosa. Nada parece existir si no es ruidoso.
Las ciudades son entes netamente retumbantes. Nada como pasar una noche en las
afueras de una gran ciudad para comprobar cómo, al precioso casi silencio de
las 2:30 a.m., salvo por algún indecente camión de la basura, lo sucede,
primero un ronroneo, después un rumor hasta comprobar que el alba queda
anunciada por un mar de fondo embravecido.
Los que gustan de la observación de la naturaleza saben
perfectamente que una mala pisada que da lugar a un pelado chasquido de una
rama puede espantar al animal o ave deseada que se perderá en la maleza para
siempre. En los pueblos pequeños, los vecinos salen a la puerta cuando escuchan
una sirena o un ruido extraño. El perro conoce el motor del auto de su amo
desde centenares de metros. La alarma sensorial del oído está activada por
defecto.
En cambio, en las ciudades, el clamor nos enseña a
desconectarla, o, como cada vez hacen más, llevar su propio ruido incorporado, en
forma de alto volumen en el coche o auriculares que gradúan hasta aislarse de
lo que les rodea.
Perder el oído como medio de relación con el entorno nos
mutila.
De vez en cuando, salgo a dar una carrera por la ciudad, es
una manera de dar un paseo acelerado, cubrir más trayecto, compartir el pálpito
de la ciudad. Me busco hueco entre peatones, perros, carritos de bebe, bicis,
motocicletas, coches aparcados, coches circulando, furgonetas de reparto, autobuses,
camiones,… Pese a que mi velocidad es moderada, son frecuentes las ocasiones en
que adelanto a peatones. Muchos de ellos se llevan enorme susto al verme
aparecer de repente a su lado. Claro, no les doy aviso previo, el motor de mis
piernas llevan el ruido amortiguado. Alguna señora ha tenido que pararse a
recuperar el pulso tras la impresión.
Me disculpo con la señora, reflexiono sobre las condiciones
de nuestro espacio de convivencia.
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