Acaba de cumplirse el centenario de la Ley de Parques Nacionales
de 1.916, el centenario también de la Red de Parques Nacionales de España. En los últimos años se ha producido una
explosión de declaraciones de protección de territorios con múltiples figuras
legales que parecen haber cubierto las demandas de los más radicales
ecologistas.
Más del 30% del territorio asturiano tiene alguna figura de protección, Andalucía cuenta con 2 parques nacionales, 17 parques naturales, 30 parajes naturales, 14 reservas naturales, 21 parques periurbanos y 2 paisajes protegidos. 2.904.984,38 hectáreas; 2.824.910,23 hectáreas de superficie terrestre y 80.074,15 hectáreas de superficie marina. El porcentaje de superficie andaluza perteneciente a la Red de Espacios Protegidos es del 32,24%. Canarias tiene 347.904 hectáreas protegidas, el 47,8% de su territorio.
Puede parecer una
buena noticia, en mi opinión es la punta del iceberg de un enorme
fracaso. Porque las políticas de gestión del territorio son inexistentes,
porque las decenas de millones de euros gastadas en conservar especies
emblemáticas son estériles si las mismas se quedan sin hábitat, porque los
espacios protegidos se están convirtiendo en jaulas de cristal cada vez más asfixiantes.
El poder del hombre
y su acción sobre el territorio es brutal. En los últimos treinta años hemos
transformado más el paisaje de lo que se hizo en los 2.000 años previos. La
tendencia continua, el problema es global, camino de ser irreversible.
Por ello,
circunscribir los retos de la conservación a la protección legal de un territorio
físico me parece hoy ya, absurdo. Es, como darles la razón a los negacionistas
del cambio climático y pensar que el problema se arregla por cambiar el coche
de gasoil por un coche eléctrico. No, no se arregla el problema, sólo se retrasa,
pero no se ataca la raíz, lo que realmente tenemos que plantearnos es si
necesitamos el coche y le damos el uso en el futuro que le damos hoy.
Centrando el esfuerzo
en los grandes centros de biodiversidad, que hay que mimarlos, no quepa duda,
estamos dando por perdido el resto del territorio, sacrificando las naves menos
valiosas que diría un almirante. Pero el resultado es que cada vez tendremos
menos espacio valioso, cada vez estará más acotado y cada vez se necesitará más
dinero y más presión para mantenerlos.
Seguirán siendo muchos los que consideren los espacios protegidos como centro de
costes en lugar de modelos a seguir. Y ese enfrentamiento cainita sólo tiene como resultado, pérdida. Pérdida de ilusión, de dinero, de ilusiones, de especies. Son demasiados los conservacionistas que miran con impotencia como su espacio natural protegido se degrada día tras día. Por eso, porque seguimos planteándolo como una dicotomía.
El reto no es la
protección legal de ciertos territorios, la cuestión clave pasa porque el
hombre reconcilie su modelo de vida con el medio que lo hace posible. Mientras
no entendamos esta premisa básica, las políticas de conservación están
condenadas al elitismo, al romanticismo y al pensamiento melancólico, tal como miramos hoy a los conservacionistas del siglo pasado, ese que
hace proliferar los estudios científicos sobre aquello que perdimos.
Recluir la biodiversidad a guetos es nuestra propia agonía.
Recluir la biodiversidad a guetos es nuestra propia agonía.
1 comentario:
Quizás se puede hacer compatible ambas estrategias: tener espacios protegidos y planificar el uso sostenible del territorio
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