Las singularidades fisionómicas no pueden ser motivo de
burla. Desde pequeños nos han insistido en eso. No se le dice a
ese niño gordo, no se le dice tuerto, ni flaco. A esa niña no se le dice
pecosa, no se le dice pelo de estropajo, no se le dice culona.
Pero es irremediable, esas singularidades sirven para
identificar. En la calle muchas de ellas se hacen mote. Los escritores
las convierten en señas de identidad de sus personajes y, para las parejas son esa joya única y exclusiva.
Ver el tema de las curiosidades del cuerpo en los tribunales es muy llamativo. Ha
ocurrido en el juicio que se sigue en Granada conocido popularmente con el de
Los Romanones.
El hipotético lunar en
los genitales del sacerdote descrito por la víctima ha motivado, en primera
instancia la elaboración, por parte de profesionales, de un informe detallado y descriptivo y, después, tras la exposición en la vista, el traslado a las noticias y televisiones.
El menú está servido. Nada mejor de lo que hablar y preocuparse que del lunar del cura.
Si la calidad social pudiese medirse por la longitud de
su mira morbosa, no llegaríamos al mínimo tolerable, nos lo tendríamos que hacer mirar ya. Somos ruines.
Juzgar un caso de pederastia en un entorno educativo es
lo suficientemente vergonzante para todos como para aclarar los hechos, dictar
sentencia y pasar página cuanto antes, y no regodearnos en la mierda y la herida
que aún tienen abiertas las partes.
Me trae al pairo que el cura tenga un lunar en los
huevos. Lo que quiero es que lo vea solo quien, libremente, así lo decida, ese es el reto.
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