jueves, 30 de marzo de 2017

La desinversión como desligitimación


Invertir es un acto político. Cada vez que tomamos una decisión de compra estamos premiando un modelo de negocio, unas prácticas, una ética, unos principios. Cada vez que movemos nuestro dinero, estamos alentando el modelo de negocio de unas compañías y dejando en la cuneta a otras.

La lucha por el futuro también se juega en bolsa, y en la gestión de los ahorros, y en las cuentas corrientes. Las grandes compañías petroleras, energéticas, bancarias se nutren de los ahorradores y de los fondos de inversión compuestos a su vez por otros ahorradores. Si les dejamos el dinero, los estamos legitimando.

Los que, con sus prácticas agresivas, extractivas, abusivas, hipotecan el futuro de los ciudadanos, lo hacen, gracias a la financiación de esos mismos ciudadanos que, ante la promesa de un rédito económico a corto plazo, llenan las necesidades de financiación de las compañías que, en breve contaminarán sus ríos, abrirán la tierra y mataran los océanos.

Les dejamos nuestro dinero para que ellos ganen más. Alimentamos a los que nos exprimen y casi no nos enteramos. Son cientos de miles los que tienen acciones de empresas energéticas con centrales nucleares o de carbón, los que tienen sus ahorros en petroleras o los que tienen abierta cuenta bancaria en entidades ligadas a industria de combustibles fósiles y mineras.

Se está extendiendo de manera rápida un movimiento que llama a entidades públicas y privadas, a ciudadanos, a que vendan cualquier tipo de participación en industrias vinculadas a los combustibles fósiles como forma de parar su afán destructivo.

Estos movimientos quizás no consigan hacerlas caer, pero se conseguirá desligitimar su modelo. Es una llamada de atención hacia una actividad deshonesta con el planeta y las personas. Es una manera de decir, así No, conmigo no cuenten.

La universidad de Stanford ha desinvertido 18.700 millones de dólares que tenía en la industria del carbón. Más de 50 ciudades en Estados Unidos han abandonado los fondos que tenían en las industrias extractivas.

¿Qué ocurriría si pudiésemos nuestros ahorros en actividades que generaran riqueza y sostenibilidad, que fortaleciese la biodiversidad, que mejorase la esperanza en un mejor futuro? La llamada banca ética, la que se compromete a invertir en proyectos sostenibles es una opción, pero hay muchas más. ¿Qué ocurriría si todas esas decenas de miles de pequeños paquetes de acciones no se los damos a los exprimidores, no legitimamos su labor de expolio del planeta y del futuro y los ponemos en actividades, proyectos, entidades, sectores o empresas con modelos de negocio basados en la calidad y la sostenibilidad?


Podemos cambiar el mundo, solo tenemos que quererlo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buenísimo el artículo, Enhorabuena y mil gracias. Con tu permiso, hago una reflexión, el mundo lo podemos cambiar, claro que sí, pero te has saltado un paso, el más importante. El mundo lo cambiaremos desde la individualidad, siendo buenas personas y de alma limpia. Cuidando y mimando a quienes nos aman y protegiendo el medio natural, cambiar nuestro interior para que se refleje en el exterior. Y como citas en el artículo, cuidado donde se invierte el dinero, aquí hay que hilar muy fino. Y recuerda que es necesario pararse y ser humilde.