miércoles, 3 de mayo de 2017

¿Es el campo una fábrica?

La dinámica productivista implanta patrones de eficiencia y eficacia en todas las fases del proceso productivo, en todas las fases de la cadena de valor. En el primer eslabón, el modelo productivista concibe el campo como una fábrica.

En el campo se producen alimentos; vegetales fundamentalmente, pero también carne, miel, esencias, etc. Cuanto más controlados estén los factores de producción, mayores garantías tendrán los productores e intermediarios de conseguir unos márgenes, unos rendimientos que, primero son kilos, y después, euros. Estabilidad productiva primero, estabilidad, rentabilidad financiera después, como objetivo.

Si se considera el campo una fábrica, si se atienda al concepto maquinista del proceso, convertimos el territorio en un sistema de producción encargado de producir energía, fundamentalmente para: alimentación de animales, industria textil, biocombustibles, y,…, alimentación humana. En otras palabras, la tierra como fuente de energía que servirá para cubrir las necesidades de unos cuerpos humanos que necesitan ingerir alimentos para moverse.

Porque si validamos el modelo maquinista y erigimos la fábrica del campo, estamos, acabando por considerar el proceso de alimentación con el mismo patrón. Concebimos la alimentación como el mismo proceso de tener que parar en una gasolinera a rellenar el depósito.

Estaremos dando por bueno un modelo maquinista que aliena uno de los mayores placeres diarios que estamos condenados a disfrutar diariamente (quien tiene el lujo de poder hacerlo, claro).

El campo no es una fábrica, igual que nosotros no somos máquinas demandantes de energía. Ni siquiera por inercia, por economicidad, por eficiencia podemos caer en ese gravísimo error, enterrarnos en ese oscuro pozo.

Nunca tuvo tanto sentido salirse de la economicidad, nunca hubo tantos beneficios individuales y colectivos aumentar nuestro gradiente de gobernanza en la alimentación.

Comer es un placer. Poder alimentarse de productos elegidos libremente con criterios de proximidad y sostenibilidad un lujo, una fuente de salud y también un acicate para las explotaciones pequeñas y familiares que mantienen vivo el territorio, que generan riqueza y empleo, que fortalecen el patrimonio cultural y natural.


Cada decisión de compra y consumo premia a unos, castiga a otros. Si no creemos que el campo sea una fábrica, no nos comportemos como máquinas.

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