miércoles, 18 de marzo de 2020

Análisis Decatológico del Coronavirus, Día 8


Me gusta el turrón del duro. Será una causa más de que también me gusten los ladrillos. Los de lectura. Eso de que alguien necesite más de mil páginas para contar lo que lleva dentro me parece prodigioso. Me gustan sí. Los de literatura y sobre todo los de divulgación científica.

Ahora estoy con el último de Piketty. Disfrutándolo, y sufriendo, porque se acercan amenazantes las conclusiones y por tanto el final. He leído también a Klein. Por eso estos días me acuerdo tanto de su Doctrina del Shock. Porque es cierta. Porque cualquier cambio de envergadura en el estatus político, social o económico en los últimos años ha tenido que venir precedido de una impactante estrategia de comunicación. Como somos muchos y estamos muy interconectados, siempre se acaba apelando a lo mismo: al miedo.

Considerando que el problema sanitario se controlará más pronto que tarde, es cierto que la celeridad y contundencia en las medidas del gobierno tiene mucho de explicación económica. Para tener mayor certeza del éxito de las medidas ha sido necesario desbordarnos de miedo para que seamos medianamente disciplinados.

Esto es una realidad, y otra muy distinta es, además de los bulos a pie de calle, alimentar teorías conspiranoicas. El de la búsqueda de poder de la industria farmacéutica para lucrarse con la vacuna tras haber liberado intencionadamente el virus. Como el que alienta la guerra de bloques entre oriente y occidente.

No, no se consigue un nuevo orden mundial de esta manera. Los resultados y las variables son tan poliédricos que aventurar cualquier posible desenlace para dentro de diez años es absurdo. Además, el grado de compenetración entre los equipos de gobierno dista mucho de todo eso. No, no creo que esta sea una maniobra para alterar nuestros derechos básicos y aumentar la autoridad de los gobiernos, para hacer caer multinacionales, para frenar las grandes migraciones a causa del hambre y el cambio climático. No, lo que ocurre es que la situación desborda a los responsables y actúan como mejor pueden y saben a contrarreloj, con información limitada.

Si temo más el apropiamiento del discurso de los lobos políticos que aprovechan toda la carnaza, toda la carroña en beneficio propio. Hemos visto como la propia oposición en España, que presume ser partido de gobierno, tardó demasiadas horas en despegarse de la crítica barriobajera al gobierno. Como aún hoy, las refriegas partidistas asoman en los que deberían ser conductas ejemplares de estado. Sigue faltando altura de miras, convencidos de la Política, en el sentido más clásico del término en puestos de responsabilidad.

Y entre los que quieren ocuparlos. Por eso, lo que más temo es que todo esto sea aprovechado por algunos para tratar de convencernos de que el mejor camino es un gran estado soberano que nos proteja de cualquier posible mal. Con eso vendrá el nacionalismo, el racismo, el clasismo. Y podríamos retroceder al más oscuro rincón del infierno.

Es muy previsible que muchos gobiernos europeos retrocedan tras esto en la consolidación de la UE, ya estamos viendo síntomas. Es previsible que el resquemor que quede en la población aliente el egoísmo económico y social en una falsa creencia de que podrían escaparse de otra crisis si pudiesen protegerse. Como hoy los ricos, que no temen al cambio climático porque tienen dinero para más aire acondicionado, para mudarse a otro lado o para construirse un búnquer.

Pero lo cierto es que ese estúpido individualismo no sirve, al contrario, nos debilita. Porque nos separa y cualquier cosa que podamos conseguir, tendremos que lograrla juntos. Por eso la campaña de reconciliación con el mundo tras el coronavirus tiene que ser más enérgica y contundente que la que ahora sufrimos para frenar la pandemia. Porque de la otra, la que lleva al integrismo y a la xenofobia no habrá nadie que pueda salvarnos.

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