Dios Jano
Querido Ismael, eres mi dios Jano. Te lo digo, aunque estoy convencido de que eres plenamente consciente, porque tampoco es que yo pueda ocultarte mi doble naturaleza, la que todos tenemos. Esa doble cara de lo conocido y lo desconocido, lo visible y lo oculto. Te cuento a veces cosas, solo por reconocértelas explícitamente, aunque ya sé, que, tú, las sabes. Te las reconozco, casi, a modo de confesión.
Creo que estoy pensando en Jano, no porque esté esperando su
mes y deseando que acabe esta vorágine de fin de año. Es más bien, por tener la
esperanza de los cambios. Recuerda lo que decía mi abuelo, bienvenido todo
cambio, siempre que sea para bien. Así, que eso, Ismael, que todo cambie, si es
para bien.
Entiendo que estáis vosotros también entrando en el tobogán
este del fin de año de dos meses, copado por los petardos y fuegos
artificiales. Y el consumo, si, esa necesidad de comprar y gastar que todos
alimentan, machacando y haciendo buena la tesis que nos decían nuestros profes
de microeconomía, que el consumo y las obras públicas son el motor de este
país.
Más críticos hay cada día ante las desalmadas maniobras de
las grandes cadenas para que caigamos en la trampa de comprar de forma superflua
e innecesaria. Esas cadenas que lo mismo te venden ropa, que te ponen a
continuación el anuncio de un armario. Lo que no entiendo es por qué no se
incluye en la ecuación, el consumo de viajes, vacaciones, suscripciones a
entretenimiento banal, comprar mascotas de raza caprichosa, la lotería de
navidad…. Es como otorgar distinta categoría a según qué consumo y compraventa.
Como los fraudes, que ya sabemos lo mal que nos sienta que los políticos roben,
pero que cada uno se escaquea del trabajo y sus obligaciones en cuanto tiene
ocasión.
Pues eso
Ismael, que te habrá llegado la ola, por los cuatro costados de las campañas de
publicidad del Black Friday. En sí mismo se ha convertido en una paradoja,
porque no es ni black ni friday, es un esperpento de la idea inicial, y
nosotros bailándole la música a las multinacionales. De verdad que yo, por no
ofuscarme, sigo remedando a Robert y proclamando Friday, I’m in love.
Porque ya me dirás que hago, porque lo de reclamar sensatez me resulta manido. Que no entiendo porque es consumismo llenar armarios de ropa, comer en el mc Donald, ir a los mercados temáticos, centros comerciales simplemente a pasear y no consideramos consumismo tener un coche más grande del necesario, electrodomésticos mil, ir a la ópera o al restaurante iraní a fardar. Por qué es consumismo correr hacia el último modelo de móvil, tener siete relojes y veinte collares y pulseras y no es consumismo tatuarse, alquilar una moto acuática o un caballo para montar un día al año en la romería.
Antes había cazadores de mamuts, y cazadores de tesoros, después hubo cazadores de brujas y cazadores de fantasmas, ahora hay cazadores de ofertas. Yo no sé si el oficio de cazador, nos está sirviendo de indicador del grado de involución de nuestra sociedad. Mientras tanto, amigo mío, los magnolios florecen sin que nadie los mire y los pájaros cantan sin que nadie los oiga.
Que no se yo, si la apatía y la desgana son el antónimo de la curiosidad y el conocimiento, pero ya te digo, Ismael, de verdad, que no me acostumbro a la actitud del encogimiento de hombros como regla básica de funcionamiento. Mira, un ejemplo simpático. Ya sabes de mi afición por los dátiles, esa que me ha llevado a ser conocido en algunos oasis africanos en los que los niños se ríen de mí por coger los del suelo de las palmeras y comérmelos. Tonto españolito me dicen, y me sacan algunos de su casa, sonriendo. A mi ya me parecían de una calidad excelente los que había recién caídos bajo la palmera, aún así, agradezco la cortesía, la amabilidad de los niños, y sobre todo la exquisitez de los que ellos me dan. Hasta el cubito que los contiene me regalan.
Los entiendo, nosotros tampoco nos comemos del suelo los higos, las manzanas, los caquis, que caen maduros. Bueno, el caso es que suelo tener dátiles en casa, intento buscarlos por los canales más cortos de comercialización. Ahora en las fruterías, por su pomposidad y su política comercial agresiva se están imponiendo los que vienen de ese país que bombardea inocentes, Israel. Cuando me los ofrecen, le digo a una frutera que de esos no quiero. Que prefiero los que vienen naturales y en rama, de Túnez, o Marruecos. Que productos de Israel, no compro. Ella se encoge de hombros y replica, de todas las formas, todos los dátiles son de por ahí fuera… El otro día, en una ruta de sendero, en el tiempo de descanso a reponer fuerzas, un compañero sacó una bolsita, de nuevo, de dátiles israelíes. Le dije que me gustaban mucho pero que de esos no quería. También se encogió de hombros y me dijo que si a él le gustaban, por qué iba a dejar de comerlos. Y ese es el reflejo Ismael de lo que creo que tenemos mayoritariamente, no preocúpanos ni inquietarnos por lo que pueda quedar fuera de mi espacio cotidiano y de confort y no estar dispuesto a hacer ningún gesto de compromiso que suponga el más mínimo sacrificio. Ya sabes los eslóganes que se imponen. Porque yo lo valgo. Porque yo puedo pagarlo. Estamos aquí para disfrutar.
Así que ánimo en estos días, que me sé que al final te enrolas con unas cuantas de quedadas, comidas y bailes de estas semanas. Si, antes que me preguntes, las considero consumismo tosco.
Mejor te hablo de cosas positivas, que estas semanas están siendo muy enriquecedoras. Salió muy bien el encuentro de poesía en la Sierra de Segura, las amigas del Zoco Encuentro me dieron la oportunidad de hacer de Jose Machado, el hermano pintor, y allá que me puse a reivindicar a Mnemòsine y el río de la memoria de la mitología griega, y expulsamos a Tele y su olvido, así pudimos recordar algunos episodios menos conocidos de la vida de los Machado. Y volví al bosque poético y recité emocionado mis haikus del árbol, y llevé bajo el brazo a Rita, claro. Por cierto, se ha interesado por su historia la gente de National Geographic, le han sacado un reportaje, y, bueno, ahora que lo dice esta agencia de mucho prestigio, me dicen muchos que la novela y su temática es muy potente, si, que sigue siendo cierto eso de que es muy difícil ser profeta en la tierra propia. Ni lo pretendo, me sigo manteniendo en la premisa, para mí rotundamente verdadera, de que el sentido y objetivo es contar ese trozo de nuestra historia como mecanismo para entender de dónde venimos y hacer un digno reconocimiento a los que levantaron esta tierra de sus escombros y odios, en la segunda parte del siglo XX.
Seguimos trabajando el modelo de reparto social del agua, y en la sostenibilidad de Doñana, y en la recuperación de las marismas. Estuve en Madrid hablando de Crisis Climática. Otra vez. Me dieron un premio por un artículo sobre el sector pesquero, que alegría que sirva para darles visibilidad. Estuve en el programa de Magdalena Romero, Luna de Letras, tuvimos una bonita charla. ¿Recuerdas los amigos con los que me reúno para hablar deliteratura?, esta te va a gustar. Bueno, pues una de ellas se ha puesto malita y ha perdido la vista. Hemos hecho una cadena entre todos los participantes y le hemos leído el libro. Me dirás otra vez que muchas cosas, pero digo yo que hemos venido a jugar, ¿no te parece?
Que si, que ya te lo dije, que no pude resistirme y te envié un mensaje en directo, pero es que después de unos días sigo alegre, porque estos detalles son los que me hacen reconciliarme con el sistema. El otro día apareció en la marisma la pagaza piquirroja, la que tiene la anilla CCK0, la de Finlandia, la que anilló Kari Mäntylä, si el señor al que fui a conocer, estuve en su casa, desde entonces unos une una sincera amistad. Me sigue pareciendo un milagro que este pájaro nacido allí, vuele cada invierno hasta mi pueblo, y van ya dieciocho años Ismael!. La dábamos por pérdida, ley natural dijimos, así que imagínate cuando le eché el telescopio y pude decir de nuevo aquello de Hoy la he vuelto a ver. Lo escribí en 2015. Sigue igual de vigente.
Ya te digo que sigo preocupado con la crispación en la calle y el debilitamiento de conquistas sociales que nos pensábamos que eran para siempre. Fíjate que la nueva rectora de la Universidad de Sevilla, la primera mujer que ocupa ese cargo, mira con complacencia el crecimiento de las universidades privadas, que una mujer rompa ese centenario techo de cristal para dejarse tirar piedras en el tejado de la educación pública, ya me dirás. O una emisora de radio, que presume de progresista, que hace un programa sobre sanidad y lo hace desde un hospital privado. Que nos comen la tostada Ismael, que lanzan soflamas con la inmigración para tener alguien que haga de sparring, y mientras tanto la balanza de la desigualdad sigue creciendo, que bien lo denuncian últimamente los expertos, que nos quedamos sin clase media, justo la que damos equilibrio al sistema. Te recomiendo el último artículo de Antonio Valverde y Antonio Ramírez de Arellano sobre el tema, absolutamente revelador.
Para que progresemos como sociedad ya te digo que tenemos
que sacar la bandera de la Ilustración, Ismael, que el verdadero objetivo de la
Ilustración es precisamente hacer la verdad independiente de la autoridad.
Porque a la verdad hay que llegar mediante procedimientos críticos que analicen
las ventajas e inconvenientes de una proposición con independencia de la
autoridad que corresponda a su lugar de enunciación. Pero en estos tiempos,
amigo, la fase de análisis para crearnos juicios y opiniones solventes parece
haber sido eliminada del código de programación y dejamos que otros, a los que
les otorgamos la autoridad, decidan por nosotros.
Sonrío tras decir esto porque automáticamente te he
imaginado dándome la palmada en el hombro y diciéndome aquello tan tuyo de, no
pelees todas las batallas, solo las que tengas posibilidad de ganar. Y tendrás
de nuevo razón, pero ésta, aunque no pueda ganarla, no hay que dejar de
pelearla, aunque solo sea por no traicionar a la integridad.
Estuve buscando un párrafo que me rondaba la cabeza. Me fui
al libro, uno de mis más favoritos, de las novelas de Santa Maria de Onetti,
Juntacadaveres. Mientras ojeaba tratando de recordar la localización del
fragmento que buscaba, me topé con que, no recuerdo por qué, en su momento
había subrayado la palabra meretriz. Solo esa palabra subrayada. El libro es un
magno análisis de la corrupción, la doble moral. Ya sabes que meretriz se
considera hoy un sinónimo de prostituta, pero en realidad, no eran más que las
mujeres a las que se obligaba a casarse sin amor. Y se las obliga Ismael, y se
las obliga. Además de esta injusticia explícita, hay otra igual de gravísima,
que es hacer recaer sobre ellas la culpa de esa doble moral cuando son, por
activa y por pasiva, las víctimas. En realidad, la doble moral es la de los que
imponen determinadas normas y obligaciones, que, habitualmente, no les afecta a
ellos. Cosas, cosas que no entiendo.
Tampoco
entiendo por qué cantan los grillos en abril, porque voy a tener que beber el
agua del mar. Todo va tan rápido que ya da igual esto que he escrito.


Comentarios
Permíteme señalarlo con respeto, porque pienso que la visión que proyectas no hace justicia ni a la sociedad que tenemos ni a la capacidad de progreso que hemos desarrollado.
Dices que vivimos atrapados por el consumo como si estuviéramos aún en la lógica de los centros comerciales de los años noventa. Sin embargo, hoy las formas de consumo son más variadas, más conscientes y más informadas que nunca. La gente compara, investiga, elige, valora sostenibilidad, compra experiencias culturales, viaja, aprende idiomas, invierte en su salud o en su formación. Reducir ese mundo complejo a “llenar armarios” es quedarse corto y olvidar los avances sociales que nos permiten disfrutar de bienes que hace dos generaciones eran inimaginables.
También señalas con preocupación las supuestas “maniobras de las grandes cadenas”, pero el consumidor actual tiene más poder, más transparencia y más capacidad crítica que en ningún momento histórico. Quien compra no es una marioneta: es alguien que decide, que descarta, que busca ofertas sin que eso implique involución alguna. Optimizar una compra no es decadencia: es simple racionalidad económica.
Te inquieta la aparente apatía moral, esa imagen del “encogimiento de hombros” como respuesta a todo. Sin embargo, los datos contradicen esa impresión: ha crecido el voluntariado, la preocupación por el medio ambiente, las iniciativas vecinales, el activismo cultural y la participación comunitaria. Tal vez no siempre en los temas que a cada uno le gustaría, pero compromiso social hay, y mucho.
El ejemplo de los dátiles israelíes sirve para exponer un gesto personal, pero no para caracterizar a toda una sociedad. No todo consumidor está obligado a convertir cada compra cotidiana en un referéndum geopolítico. Eso no significa indiferencia; significa saber que los conflictos complejos no se resuelven en el mostrador de una frutería.
Hablas después de la Ilustración, y estoy de acuerdo contigo en que necesitamos más pensamiento crítico. Pero el pensamiento crítico también exige evitar conclusiones apocalípticas basadas en estados de ánimo. La Ilustración no fue pesimista: fue valiente y, sobre todo, confiada en la razón y en el progreso humano. Esa confianza, hoy, no solo sigue vigente: se ve respaldada por logros que hace 50 años eran impensables.
Tu propia carta, llena de encuentros literarios, proyectos culturales, premios, amistades que se apoyan y gestos de solidaridad, contradice la visión sombría que dibujas sobre el resto de la sociedad. Si tu entorno inmediato es tan rico, tan humano, tan creativo, tan capaz de emocionarse ante una pagaza que vuelve cada año desde Finlandia, ¿por qué no ver en ello un reflejo de lo que también somos colectivamente?
No vivimos tiempos perfectos, pero sí tiempos extraordinariamente vivos, complejos y llenos de oportunidades. No estamos en decadencia; estamos cambiando. Y a veces, cuando se mira el mundo con categorías de hace décadas, ese cambio se confunde con deterioro.
Agradezco la belleza y la sensibilidad de tus imágenes, y me parece valioso el impulso ético que te mueve. Pero creo que conviene equilibrar esa sensibilidad con una mirada menos melancólica y más ajustada a la realidad de hoy, donde, con todas nuestras contradicciones, muchas cosas van mejor de lo que solemos admitir.
Con aprecio crítico,
José Carlos Carmona