Frutas de verano
Que la sociedad avance más rápido que el cambio climático es un hecho comprensible. Pero que
lo haga más rápido que sus propios agricultores es la repera.
De frutas quería yo hablar hoy precisamente, porque acercarse a una
frutería, a un mercado de abastos cualquiera ofrece una lección social digna de mención. Nada como acercarse a los
productos de consumo habitual para hacer un dibujo, aunque sea a carboncilla, de
nuestra sociedad.
Las técnicas agrícolas mejoran continuamente,
las maquinarias, los tratamientos, la selección de semillas, la formación y
especialización de los hortelanos, todo es mejor que hace pocos años. Toda una serie de factores que están
haciendo que cada día, podamos contar con frutas y verduras más sanas, más
frescas, más nutritivas, más sabrosas, y también, todo sea dicho de mayor
porte.
El frutero, hábil comercial, los abre, les pone film, las parte en dos, cuatro, o los trozos que hagan falta, conscientes que las familias son cada vez de menos miembros, que cada vez pasan menos tiempo en casa, incluso que se come menos fruta.
Algo chirría desde luego cuando el vínculo huerto-domicilio se rompe, cuando lo natural, lo esperado hace poco se hace difícil de gestionar, cuando algo tan arraigado como nuestra cultura hortelana y alimenticia empieza a no tener sitio en nuestra nevera, en nuestra vida. Cuántas connotaciones tiene esa imagen del padre tajeando la sandía y todos alrededor esperando. Hoy las venden en tamaño de ración y sin pepitas. Aparte de la adaptación al mercado que ello supone, el giro social que encierra me resulta demoledor.
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