“La mentira necesita del lenguaje, por eso es netamente
humana” afirma Miguel Catalán. Repetir que somos extraordinariamente
complejos resulta egocéntrico y no es para nada un piropo, las personas somos
capaces de lo mejor, y también de lo peor.
Somos tan complejos que nos hemos convertido en los seres más
impredecibles de nuestro entorno. Si, la conducta humana es aleatoria y cambiante. A veces somos transparentes, otras, raices de boj.
Neville Chamberlein dijo de Adolf Hitler en 1.937 cuando
firmaron el tratado de no agresión: “Me pareció por su cara que era un hombre
en el que se podía confiar cuando te da la palabra”.
Y es que aunque la mentira tenga las patas cortas, tampoco
resulta fácil reconocerla. Un estudio en el que participaron 1.200 personas,
evidenció que entre todas ellas, sólo 75 tenían capacidades claras de descubrir
a mentirosos, o sea, el 6%. Si es posible, en una investigación en la que filmaron
y estudiaron después las microexpresiones de los rostros, se comprobó que
existen ciertos detalles en los que puede descubrirse que, con independencia de
lo que diga la boca, puede conocerse si el sujeto dice la verdad o en cambio
miente.
También en lo que dejamos escrito en internet puede seguirse
el rastro de la veracidad o el engaño. Palabras que suelen dejar rastro de
verdades son las frases en las que se identifica el sujeto e incluyen términos
como “yo, “me”, “mi”. Y frases más cercanas a la mentira ofrecen expresiones en
tercera persona como “el”, “ella”, “ellos”. Un ejemplo, en los discursos de
Jorge Bush desaparecieron las palabras “yo, me, mi” durante los tres meses que
precedieron a la guerra del Golfo Pérsico.
Resulta claro saber que mentimos más por teléfono que por
correo electrónico, ya que en el correo se deja por escrito, el rastro es más
firme. Lo entendemos fácil por otra sencilla razón, Todos mentimos, y vamos a
tener que seguir haciéndolo si queremos seguir llevándonos bien. De alguna
manera, tenemos interiorizado que para lograr una buena convivencia tenemos que
asumir que el ser humano no es un ser honrado y sincero, que miente.
Para evitar el más que probable y sobrevenido efecto de culpabilidad, será
importante recordar ahora que el principal motivo por el que mentimos es para
protegernos a nosotros mismos o a personas de nuestro entorno de cualquier
amenaza. Mentir es una forma de sobrevivir.
La sociedad asume esa imperfección y por ello premia al que
perdona, porque perdonar ennoblece, enorgullece, hace grande al que perdona y
deja en su sitio al pobre diablo que mintió y volverá a mentir. La mejora global
no está en dejar de mentir sino en perdonar.
Dadas las hondas raíces que la mentira tiene en el ser
humano, podemos asumir que el contacto con lo más profundo de las personas, los
sentimientos. Si, la mayor parte de las mentiras se coloca en el plano de las
emociones, el aspecto más sensible de las personas. Y en este apartado también
el ser mentiroso sale perdiendo según Hancock pues transmiten un tercio de emociones
negativas más que las personas sinceras.
Mal camino llevamos si le transmitimos a nuestra persona
amada sensaciones negativas. Difícilmente conseguiremos enamorarla, por esa vía
le transmitimos pesimismo y es probable que caigamos en la tentación de
intentar embaucarla con falsedades. Sin embargo, si somos positivos, además de
transmitir ánimo y alegría, habremos conseguido ser más sinceros y, quien sabe,
si logramos hacerlo muy bien, podremos lograr, como si dispusiéramos del
martillo de Pigmalión, hacer real nuestra Galatea.
1 comentario:
El ser más peligroso: el mentiroso
La sensación más grata: la paz interior.
El mentiroso nunca conseguirá la paz interior.
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