jueves, 14 de febrero de 2013

Mentir o enamorar


La mentira necesita del lenguaje, por eso es netamente humana” afirma Miguel Catalán. Repetir que somos extraordinariamente complejos resulta egocéntrico y no es para nada un piropo, las personas somos capaces de lo mejor, y también de lo peor.  Somos tan complejos que nos hemos convertido en los seres más impredecibles de nuestro entorno. Si, la conducta humana es aleatoria y cambiante. A veces somos transparentes, otras, raices de boj.

Neville Chamberlein dijo de Adolf Hitler en 1.937 cuando firmaron el tratado de no agresión: “Me pareció por su cara que era un hombre en el que se podía confiar cuando te da la palabra”.

Y es que aunque la mentira tenga las patas cortas, tampoco resulta fácil reconocerla. Un estudio en el que participaron 1.200 personas, evidenció que entre todas ellas, sólo 75 tenían capacidades claras de descubrir a mentirosos, o sea, el 6%. Si es posible, en una investigación en la que filmaron y estudiaron después las microexpresiones de los rostros, se comprobó que existen ciertos detalles en los que puede descubrirse que, con independencia de lo que diga la boca, puede conocerse si el sujeto dice la verdad o en cambio miente.

También en lo que dejamos escrito en internet puede seguirse el rastro de la veracidad o el engaño. Palabras que suelen dejar rastro de verdades son las frases en las que se identifica el sujeto e incluyen términos como “yo, “me”, “mi”. Y frases más cercanas a la mentira ofrecen expresiones en tercera persona como “el”, “ella”, “ellos”. Un ejemplo, en los discursos de Jorge Bush desaparecieron las palabras “yo, me, mi” durante los tres meses que precedieron a la guerra del Golfo Pérsico.

Resulta claro saber que mentimos más por teléfono que por correo electrónico, ya que en el correo se deja por escrito, el rastro es más firme. Lo entendemos fácil por otra sencilla razón, Todos mentimos, y vamos a tener que seguir haciéndolo si queremos seguir llevándonos bien. De alguna manera, tenemos interiorizado que para lograr una buena convivencia tenemos que asumir que el ser humano no es un ser honrado y sincero, que miente.

Para evitar el más que probable y sobrevenido efecto de culpabilidad, será importante recordar ahora que el principal motivo por el que mentimos es para protegernos a nosotros mismos o a personas de nuestro entorno de cualquier amenaza. Mentir es una forma de sobrevivir.

La sociedad asume esa imperfección y por ello premia al que perdona, porque perdonar ennoblece, enorgullece, hace grande al que perdona y deja en su sitio al pobre diablo que mintió y volverá a mentir. La mejora global no está en dejar de mentir sino en perdonar.

Dadas las hondas raíces que la mentira tiene en el ser humano, podemos asumir que el contacto con lo más profundo de las personas, los sentimientos. Si, la mayor parte de las mentiras se coloca en el plano de las emociones, el aspecto más sensible de las personas. Y en este apartado también el ser mentiroso sale perdiendo según Hancock pues transmiten un tercio de emociones negativas más que las personas sinceras.

Mal camino llevamos si le transmitimos a nuestra persona amada sensaciones negativas. Difícilmente conseguiremos enamorarla, por esa vía le transmitimos pesimismo y es probable que caigamos en la tentación de intentar embaucarla con falsedades. Sin embargo, si somos positivos, además de transmitir ánimo y alegría, habremos conseguido ser más sinceros y, quien sabe, si logramos hacerlo muy bien, podremos lograr, como si dispusiéramos del martillo de Pigmalión, hacer real nuestra Galatea.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El ser más peligroso: el mentiroso
La sensación más grata: la paz interior.

El mentiroso nunca conseguirá la paz interior.