Sigo con atención los movimientos de los líderes, sacando cintura hasta de los tobillos: “La idea de un mercado todopoderoso sin reglas y sin intervención política es una locura”, Nicolas Sarkozy, quien ganó las elecciones prometiendo “Más mercado y menos estado”. “El capitalismo crudo llegó a su final”, Hank Paulson. “Lo impensable se ha vuelto inevitable”, Paul Krugman “El capitalismo democrático es el mejor sistema jamás concebido", George Bush. Churchill, habría replicado, el capitalismo democrático es el peor sistema posible, aparte de todos los demás que se han probado en distintas ocasiones.

Wen, puede estar jaleado por sus asesores, que saben que el capitalismo está acosado en USA y Europa pero no en Pekín, Sao Paolo o Bangkok, pero, tampoco se engañen, la globalización, como el cambio climático, es real.
Desde el sillón del espectador que no tiene mando interactivo, me sonrío al imaginarme a tanto neoliberal sentado en el banco, pero del parque, preguntando a las palomas tantos por qués. Y otros tantos agazapados intervencionistas, proclamando, a micrófonos llenos, que, -estableciendo los mecanismos adecuados- es el mejor camino para salvar el sistema.
No se oyen las de los empresarios, que necesitan tablas de salvación. Las voces de los sindicatos, reclaman tímidas, siguiendo manuales clásicos, que no se socialicen las pérdidas y que, sin revisiones salariales no se mantendrá el ahorro ni se activará el consumo. Escasa, casi nula, crítica a las actuaciones macroeconómicas. Todos saben de lo compleja de la solución.
Los dirigentes tienen que ser honestos con la ciudadanía y, confiar en la madurez de sus integrantes. Tienen la obligación de reconocernos que, el modelo ha dado un giro, que las medidas no son transitorias, que el capitalismo de las empresas supranacionales ha desbocado el sistema y que se ha evidenciado como un rumbo equivocado. Tienen que decirnos que las acciones intervencionistas van a durar años.
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