Somos una generación de hombres y mujeres que compartimos la desconfianza colectiva que nos inspira la política y sus representantes. Nos hemos convertido en unos consumidores de alimentos, de ocio, de cultura, también de política.
Los representantes actuales de los países occidentales han nacido y han crecido después de los trascendentales cambios que realizaron grandes dirigentes tras la Segunda Gran Guerra. Los responsables actuales no convivieron con ellos, más bien son consecuencia del baby boom posterior, son hijos de los primeros brotes del estado de bienestar.
Se ha fraguado toda una élite de políticos profesionales que son incapaces de entusiasmar a los ciudadanos de sus países, quizás porque ninguno de ellos crean y tengan suficientemente claro un modelo de principios, valores y políticas.Los responsables políticos están cada vez más desconectados de sus posibles votantes, del pueblo que es quien en realidad los elige.
A continuación esa desconexión se traslada en forma de desmotivación al electorado, que a cada nueva convocatoria tiene menos motivación por acudir a elegir a sus representantes. El porcentaje de electores que va a votar no para de disminuir.
Hoy, puede hablarse de una desmovilización política que va más allá del simple abandono de la disputa ideológica. La caída no cesa, al contrario, es acumulativa. Cuanto más excluídos nos sintamos de los asuntos colectivos, menos nos molestaremos en expresar nuestra opinión sobre ellos. Grandes causas globales como el paro, el cambio climático, la abolición de dictaduras nos echan a la calle unas pocas horas a lo sumo, pero no llegan a cuajar en implicación colectiva continuada. Tras la manifestación, tras el acto de protesta, nos disgregamos sin mirar atrás y volvemos rápidamente a nuestros problemas individuales.
La situación puede pasar de ser preocupante, a peligrosa, pues la democracia, el sistema democrático no se retroalimenta sólo. Después de dejar de confiar en los representantes, empezaremos a sentir apatía primero y desconfianza también después en las instituciones. Será el caldo de cultivo perfecto para que las voces de revuelta, revolución, abolición cobren fuerza y adeptos, muchos de ellos por simple hartazgo.
La recesión económica y las exigencias impuestas por la construcción del modelo europeo son la excusa perfecta para que nos argumenten que las opciones son pocas, que el margen de maniobra es escaso, que la capacidad de innovación es mínima. No me lo creo, la política no es sólo convertir al estado en agente económico, en promulgar leyes por doquier, en repartir caramelitos a modo de guirnaldas que se cuelgan en el árbol del modelo de bienestar.
La política también es construcción de identidad, llevar a la práctica principios, encontrar palancas para aquilatar valores, fomentar colectividades, construir sociedad. Practicar política es un modo de prestar servicio a la sociedad. Participar en política es una manera de entender la vida.
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