
Acababa de pasar el tiempo de Semana Santa (la semana Grande del año para muchos andaluces), y la noticia de la explosión popular de primavera que se produce en Andalucía traspasa fronteras. Por todos los pueblos y ciudades se desparraman las romerías, las ferias, las fiestas de las cruces, tradiciones, unas más festivas, más religiosas otras.
A unos cuantos miles de kilómetros, estas manifestaciones populares son más planas para el profano respecto a su origen y naturaleza, cuesta distinguir si una feria es en honor a un santo o la peregrinación a alguna ermita es para recolectar algún tipo de fruto específico. La lejanía y el desconocimiento genera dudas importantes de sentido e identidad. Al menos a este amigo así le ocurre, y es por lo que me planteaba algunas cuestiones con fondo que a mi, sinceramente, y a pesar de ser andaluz, me costó responder.
Sobre la Semana Santa me comentaba: ¿Por qué celebramos de manera tan esplendorosa que matasen a nuestro Dios? ¿Cómo le llamamos fiesta si lo que se hace es una penitencia? ¿Para qué tanto lujo y ostentación en las procesiones si lo que predicaba era humildad y generosidad?
Él no lo conocía, no sabía que en esos días, mientras me formulaba esas preguntas, se estaba celebrando la romería de El Rocío. Tampoco se lo dije.
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