lunes, 20 de junio de 2011

El dedo en el ojo

Sabedor de mi lugar de origen y me residencia: Andalucía, tierra en el que el fervor popular derivado de las creencias cristianas se hace grande en todos los sentidos, un amigo de otra parte del mundo me hacía unas preguntas incidiosas.

Acababa de pasar el tiempo de Semana Santa (la semana Grande del año para muchos andaluces), y la noticia de la explosión popular de primavera que se produce en Andalucía traspasa fronteras. Por todos los pueblos y ciudades se desparraman las romerías, las ferias, las fiestas de las cruces, tradiciones, unas más festivas, más religiosas otras.

A unos cuantos miles de kilómetros, estas manifestaciones populares son más planas para el profano respecto a su origen y naturaleza, cuesta distinguir si una feria es en honor a un santo o la peregrinación a alguna ermita es para recolectar algún tipo de fruto específico. La lejanía y el desconocimiento genera dudas importantes de sentido e identidad. Al menos a este amigo así le ocurre, y es por lo que me planteaba algunas cuestiones con fondo que a mi, sinceramente, y a pesar de ser andaluz, me costó responder.

Sobre la Semana Santa me comentaba: ¿Por qué celebramos de manera tan esplendorosa que matasen a nuestro Dios? ¿Cómo le llamamos fiesta si lo que se hace es una penitencia? ¿Para qué tanto lujo y ostentación en las procesiones si lo que predicaba era humildad y generosidad?

Él no lo conocía, no sabía que en esos días, mientras me formulaba esas preguntas, se estaba celebrando la romería de El Rocío. Tampoco se lo dije.

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