martes, 22 de noviembre de 2011

Ética y política

Hace unos ochenta años, Ortega y Gasset intentó describir al político excepcional y acabó quizás por definir al político puro.

Éste, para Ortega, no es un hombre éticamente irreprochable, ni tiene por que serlo, según Ortega, es  insuficiente o mezquino juzgar éticamente al político, es necesario juzgarlo políticamente. En la naturaleza del político conviven algunas cualidades que en abstracto suelen considerarse virtudes con otras que, también en abstracto, pueden considerarse defectos, pero aquellas no le son menos consustanciales que estos.

Algunas virtudes del político puro son: la inteligencia natural, el coraje, la serenidad, la garra, la astucia, la resistencia, la sanidad de los instintos, la capacidad de conciliar lo inconciliable. Defectos del político puro son: la impulsividad, la inquietud constante, la falta de escrúpulos, el talento para el engaño, la vulgaridad o ausencia de refinamiento en sus ideas y sus gustos, son además personas con ausencia de vida interior o de personalidad definida. Todo ello lo convierte en un histrión camaleónico y un ser transparente cuyo secreto mas recóndito consiste en que carece de secreto.

El político puro no es un ideólogo, más bien lo contrario, pero no es solo un hombre de acción. No quiere decir que no sea un intelectual; posee el entusiasmo del intelectual por el conocimiento, pero lo ha invertido por entero en detectar lo inútil dentro de lo que si parece tener, sentido, y en desarrollar la pieza fundamental y primer valor de su oficio: La intuición.

A lo que Ortega y Gasset llama intuición, Isaiah Berlin hubiese llamado sentido de la realidad. Es en todo caso un don transitorio que no se aprende en las universidades ni en los libros y que supone una cierta familiaridad con los hechos relevantes que permite a ciertos políticos y en ciertos momentos saber “ qué encaja con qué, qué puede hacerse en determinadas circunstancias y que no, que métodos van a ser útiles en que situaciones y en que medida, sin que eso quiera necesariamente decir que sean capaces de explicar como lo saben ni incluso, qué saben".

El político puro tiene hambre endiablada de poder, si lo trasladásemos a personaje literario, puede ser el Julien Sorel de Stendhal, o el Lucien Rubempré de Balzac, o quizás el Frédéric Moreau de Flaubert
El político puro quiere el poder. Para alcanzar el poder las argucias son un gran atajo. Llevado al extremo, ¿son la política y la ética incompatibles?

Un gran tutor de políticos, Maquiavelo recomendaba a sus discípulos “mantener en suspenso y asombrados los ánimos de sus súbditos”. Mejor no darles toda la información, quizás mejor no compartir con ellos todas las verdades, administrar los datos para obtener el máximo rendimiento de los mismos. Aportarlos en el momento justo según los objetivos deseados. Las tesis de Maquiavelo quedaron arraigadas en muchos niveles.

En ese contexto, ¿Podría decirse que la práctica de la política y la ética incompatibles? ¿Tiene sentido habar de la expresión ética política?

Desde sus inicios en la Grecia antigua, las escuelas filosóficas han discutido el problema de la tensión entre medios y fines, y no hay ninguna ética seria que no se haya preguntado si es lícito usar medios dudosos, o peligrosos, o simplemente malos para conseguir fines buenos.

Maquiavelo no tenía ninguna duda al respecto, consideraba que era posible llegar al bien a través del mal. Michel de Montaigne, en la misma época, fue todavía mas explicito: “El bien público requiere que se traicione, que se mienta y que se asesine”. Ambos pensadores consideraban que la política debía dejarse en manos de “los ciudadanos más vigorosos y menos timoratos, que sacrifican el honor y la conciencia por la salvación de su país”.

Max Weber tuvo patrones similares, no pensaba que ética y política fuesen exactamente incompatibles, pero si que la ética del político es una ética especifica, particular, singular, con efectos secundarios demoledores. Frente al concepto global de ética, que llama “ética de la convicción” y que se centra en la bondad de los actos sin reparar en sus consecuencias, el político practica una ética relativa, que Weber denomina “ética de la responsabilidad” y que en vez de hablar sólo de la bondad de los actos, se ocupa y preocupa mucho más del beneficio esperado de las consecuencias de los actos. Para Weber, el político es un hombre perdido que no puede aspirar a la salvación de su alma, porque ha pactado con el diablo ejercitar la fuerza del poder y está condenado a sufrir las consecuencias de ese pacto abominable.

Aún hoy, importantes asesores desde la sombra parecen seguir las enseñanzas de Maquiavelo, Montaigne y Weber en las directrices que trasladan a sus tutorizados, los líderes políticos. Parecen decir, que se trate a los ciudadanos como niños, a la vez, les dan consuelo por haber vendido su alma al maligno.

Los índices de formación e información de la ciudadanía deberían conseguir la obsolescencia de las hipótesis de trabajo de los pensadores del siglo XVI. Quinientos años no pasan en balde. Los ciudadanos hoy debemos exigir que las personas, las instituciones que nos gobiernan, tengan otros patrones de conducta. Y ya, de paso, se ahorrarían el dolor de entregar su alma al diablo.

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