viernes, 9 de noviembre de 2012

Cultura oriental


Una civilización que considera que el sexo es medicina y que estamos hechos de polvo y madera tampoco tendría que tener muchas otras cosas malas.
Un país que está dispuesto a emplear varias generaciones, a pedirle a su pueblo que trabaje denostadamente para que sus nietos, quizás sus biznietos, tengan una vida mejor, y que se entreguen a ello con pasión y dedicación, tiene que tener una cultura, una identidad, un sentido de pertenencia realmente profundo.
En estos días en Pekín están de relevo, de renovación de cargos. Se van los dos presidentes, y sus puestos serán ocupados por los que, hasta hoy eran vicepresidentes. Todo un ejemplo de crecimiento paciente vertical. Y para tal acto, las cifras que se mueven son astronómicas, por ejemplo, 1,4 millones de policías movilizados.
Hoy, más que nunca, estamos en occidente familiarizados con la cultura china. Se van a miles de kilómetros de su tierra, se convierten en minúsculas células en medio de otra sociedad, casi incomunicados con su origen, y a pesar de ello no pierden ni un ápice de arraigo. Podemos verlos trabajar sin descanso, abriendo negocios, reinventándose (como con los bares de tapas) y con una entrega y humildad desconcertante. Parecen haberse dejado la ambición enterrada en los cimientos de la gran muralla.
Claro está, hay ovejas negras que se lucran de manera agresiva, al fin y al cabo no es más que una degradación de la sociedad vertical en la que han vivido desde siempre, ese pueblo lleva ya algunos milenios pagándole a algún señor.
Es tiempo de hacer un pequeño ejercicio de empatía con aquella cultura. Sexo oriental para el cuerpo, ajedrez para la mente, estrategias físicas e intelectuales, sugestiva combinación. Para ambos casos se puede aplicar la frase de Confucio: “el hombre modélico no impone nada por la fuerza sino con el ejemplo”.

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