jueves, 30 de mayo de 2013

Export? Where?


El mercado interno está parado, hasta en retroceso en algunos productos y sectores, y parece que puede ir para largo. Con este panorama, las empresas que quieren darle uso a la capacidad instalada, sufragar costes fijos y financieros, y sobrevivir, deben buscar las ventas en otro sitio. En otras palabras, parece que la única opción para las empresas es la exportación.

A esa conclusión parecen sumarse cada día nuevas personas, y los rumores han ido ganando fuerza hasta convertirse en discurso institucional. Por ello llevamos ya algunos meses escuchando a políticos y dirigentes animar a las empresas a la internacionalización. Los programas públicos que ayudan a las empresas a hacerlo se han fortalecido y cada día son más las empresas que compran el mensaje. Son ya más de 125.000, las empresas españolas con presencia en mercados extranjeros y los hay que sacan pecho con las últimas cifras de balanza comercial.

El argumentario que invita a explorar nuevos mercados a las empresas es ilusionante, atractivo, estimulante, hace parecer un  lelo al que no exporta. Tenemos magníficos productos y hay numerosos países ávidos de comprar, sobre todo los de las economías emergentes que están generando una clase media pujante. Solo China con más de 800 millones de nuevos compradores con creciente poder adquisitivo y escaso fondo de armario es un mercado paradisíaco.

Visitar periódicamente la página del ICEX o ver el programa El Exportador parecen actividades ineludibles antes de revisar la evolución del IBEX. Manejar fluctuaciones de divisa o aprenderse códigos del tipo “pier to pier”, “liner therms”, FIOS, FIOST, LIFO, FILO resulta fundamental para tener una adecuada charla de café con empresarios.

Como todo lo que se pinta bonito y fácil, acaba no siéndolo. Las empresas que se embarcan en la aventura de exportar descubren rápidamente que las complejidades son del tipo que no se esperaban, que las inversiones son más altas de lo previsto y que los plazos de retorno más largos de lo que entraban en los esquemas asumibles. Es que fuera, hace frío.

Un ejemplo que me resulta muy revelador. En un supermercado de cercanía de Irlanda, de 200 m2, donde hace la compra la mayor parte de la población, en el lineal de fruta, verdura y hortalizas frescas había la pasada semana productos frescos procedentes de 26 países, a saber:  Francia, Italia, Holanda, España, Guatemala, Perú, República Dominicana, India, Sudáfrica, Eslovaquia, Egipto, Kenia, Zinbawe, Thailandia, Honduras, Brasil, Turquía, Chile, Costa Rica, Colombia, Belice, Escocia, Estados Unidos, Alemania, Inglaterra  e Irlanda. Literalmente cada caja de producto procedía de una parte del mundo.

El mercado es global, exigente, competitivo. No permite errores. Nuestra idea revolucionaria es muy probable que otro ya la haya puesto en marcha. Suena valiente, intrépido, aventurero eso de exportar, etiquetar los productos en varios idiomas, viajar. Exportar puede tener muchas percepciones asociadas, pero ninguna cercana al término fácil. Los cantos de sirena de los clientes internacionales no deben permitir que los empresarios pierdan la perspectiva. Y los dirigentes no deben colocar la zanahoria demasiado lejos pues en demasiadas ocasiones sus declaraciones suenan a echar balones fuera, en el sentido más estricto del término.
Exportar es una opción, desde luego, pero no la panacea ni mucho menos la solución a los problemas del tejido productivo andaluz y español, uno de los más atomizados del mundo. Antes de irse de viaje hay que ordenar la casa, la competitividad y la viabilidad de miles de empresas pasa, en más de los casos, por esa primera tarea.

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