Los iconos de las grandes culturas representan el movimiento,
la libertad, la grandeza. Símbolos que en muchas numerosas ocasiones, en todos
los continentes del mundo, están identificados con animales migratorios. Es muy, la migración es libertad y grandeza.
Empíricamente responde a un instinto y una necesidad muy
primarios que han aprendido las especies animales a lo largo de incontables generaciones, la
migración es el mejor mecanismo para resolver problemas de alimentación y climatología. Un aprendizaje evolutivo que lleva a recorrer miles de
kilómetros, semanas de viaje y poner en riesgo la vida. Un acontecimiento
absolutamente desbordante a la concepción humana del existir.
Tanto es así, que los grandes momentos en la historia de los
documentales y cine de naturaleza, son los hitos clave en la migración. Todos
tenemos la imagen de los ñus y cebras cruzando el rio Mara. Lógico, es
sobrecogedor pararse a pensar qué mueve a esos herbívoros a meterse en el agua
a sabiendas que el río está lleno de cocodrilos.
De forma más discreta y alejada de las cámaras, esos
escenarios se reproducen en todo el planeta y son focos de peregrinación para
aquellos que nos sabemos pequeños, para aquellos que reconocemos que las fuerzas de
la naturaleza son, de lejos, las más poderosas que existen, para aquellos que,
como curiosos aprendices de la vida, tratamos de impregnarnos de esa necesidad
vital que genera el movimiento, la evolución y la mejora de la Tierra. Nada
como ser espectador de esa grandeza revela al hombre su insignificancia.

Cuando llegan los primeros frescos, las primeras aguas, la
vuelta a la rutina, al cole. Cuando los días se acortan y hasta las más
enraizadas se angostan. Cuando manda la constelación de Virgo y septiembre en
el calendario, cientos de miles de aves abandonan Europa por el estrecho
buscando África. El espectáculo es soberbio, inigualable. Sobrecogedor al que
se le ocurre preguntarse por qué.
Porque el único sentido de la migración es la convicción de
que al final del camino, hay un lugar mejor.
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