lunes, 24 de octubre de 2016

Acuerdos internacionales que nos empobrecen

Echo en falta una versión al analizar los pro y contra de los tratados de libre comercio que se están negociando, esos de los que nos piden opinión de pasillo a los ciudadanos, sin llegar a atreverse a preguntarnos formalmente. Algunos estados, como parece que va a ser el español, ni tan siquiera los someterán a consulta en los órganos democráticos representativos.

Cuando los pro TTIP y CETA nos hablan de las bondades de los tratados de libre comercio hablan del crecimiento del PIB, del auge de algunos sectores económicos, de la creación de riqueza y empleo.

Nos dicen que es un proceso imparable, que es una manera de buscar competitividad frente a la economías asiáticas que venden más barato, argumentan que hay que regular el magnánimo poder de las multinacionales que andan por encima de cualquier normativa y control.

En cambio, los anti, nos meten el susto en el cuerpo hablando de precarización del empleo, deslocalización de empresas, descenso de los controles sanitarios y ambientales, de degradación, de chantaje.

Todos dan por hecho que por encima de toda discusión, está el poder financiero supranacional, ese que a algunos les gusta pintarlo como una nebulosa pero que en realidad son los vasos comunicantes entre los despachos de poder político y corporaciones que cotizan en las bolsas, donde hoy se genera la riqueza (llevamos dos años en los que la riqueza especulativa generada es mayor que la real).
Estamos en una carrera imparable por exprimir cualquier fuente de riqueza, cualquier territorio, cualquier intención de consumo que pudiese existir es buena para abrir mercados. Los objetivos financieros cortoplacistas ponen todo el foco en el ya.

En este escenario, echo en falta una visión más integradora y sostenible en términos de globalidad. La mejor energía es la que no se necesita y sin embargo, la máquina económica aplasta nuestro medio, estamos arrasando el futuro de los que nos seguirán. No podemos actuar como si no hubiese un mañana, no podemos ser tan egoístas, tan irresponsables.

Los tratados de libre comercio planteados en estos términos son malos en sus principios básicos para todos porque hacen una apuesta de máxima rentabilidad financiera. En su concepción, consideran que es imprescindible seguir creciendo, más aún, inventan crecimiento en forma de productos y consumo donde antes no había nada. Jugamos a ser creadores de universos cuando estamos sujetos inexorablemente a factores físicos.

No entiendo por qué, en vez de rebajar las condiciones normativas, los controles medioambientales y sanitarios, para competir en precio, salvaguardamos esos logros conseguidos por todos y exigimos que el resto los cumpla para acceder a los clientes.

Más que medidas proteccionistas que coarten el libre mercado, como algunos querrán ver, consiste en no hacer una iguala de mínimos, una política de tabla rasa para que todo valga, porque con eso, los perjudicados, como se ha comprobado en múltiples ocasiones son: las pequeñas empresas y los consumidores, los agentes sociales que tienen menor peso corporativo. Ahí seguimos teniendo los índices de pobreza en territorios “desarrollados”, los índices de desigualdad, las condiciones salariales,…..

Alcanzar acuerdos debe ser bueno, siempre. Negociar, acordar son verbos que debemos conjugar y ejecutar a diario. Lo que no es de recibo es aprovecharse de un poder que algunos consideran universal.

Los llamados acuerdos internacionales de libre comercio tienen un vicio intrínseco: servir a los intereses de unos pocos entre los que no están los territorios desfavorecidos, el clima, los ciudadanos y pequeños empresarios ya mencionados. Tampoco están las generaciones futuras ni los que lucharon en el pasado para conseguir mejoras universales para las personas.


No consiste en tener miedo a ser competitivos, se trata de negarse a ahogar los espacios de convivencia y mejora transversal, estructuras de principios y valores, que se han convertido en modelo a seguir.

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