Las ciudades crecen y crecen, el porcentaje de personas que
vive en ellas cada día es más alto. La sociedad se hace urbana y con ella, la
cultura, el modo de vida, la manera en que usamos y gestionamos el territorio.
Se celebra en Bilbao el I Foro de Ciudad y Economía, un
espacio donde se debaten y visualizan propuestas para conseguir que éstos,
nuestros magnos espacios de convivencia sean más atractivos, más eficientes,
más amigables, más humanos. Ahora bien, las ciudades crecen sobre si mismas, y
es ese su mal endémico.
Dado que el foro vincula la Ciudad y la Economía, pensemos
en un esquema básico de funcionamiento económico organizativo. En todas las
organizaciones se describen dos tipos de centro: los centros de ingreso y los
centros de coste. Aquellos que generan más de lo que necesitan para estar
operativos, aquellos que exportan, que surten, que nutren, los centros de
ingreso y, en contraposición, los centros de coste, los demandantes de
recursos.
Nos pongamos como nos pongamos, las ciudades son centros de
coste. Diariamente consumen más alimentos, energía, materiales, agua, aire
puro,…, del que producen, el diferencial es abismal, insalvable. Por eso hablar
de ciudades eficientes, ciudades sostenibles es una falacia en si misma.
Vivir en la ciudad es caro. No solo para el bolsillo directo
de sus ciudadanos en base al requerimiento de gasto diario que supone vivir en
una gran ciudad. No, es caro para el colectivo, para la sociedad, para el
futuro.
Porque a la vez que crecen las ciudades, crecen sus
demandas, el número y variedad de demandantes, y cada vez, los oferentes son
menos. Y son oferentes los agricultores y ganaderos, pero también cualquier
acción que mantiene el territorio y la biodiversidad, fuente de alimento, agua,
oxígeno y energía de las ciudades. Los residentes en las ciudades deben saber,
tienen que recordar todos los días que necesitan de un territorio que los
surte.
La balanza se descompensa más cada día. La gestión integral
de la sociedad requiere prestar atención al territorio, para rehabitarlo, para
mantener su biodiversidad, para seguir consiguiendo, como hasta ahora, que sea
centro de abastecimiento de las urbes. Resulta necesario incorporar elementos
niveladores, por el bien de todos.
Por eso, igual existe un consenso casi unánime con el hecho
de que los que más tienen contribuyan más que los que menos tienen, es decir,
que la fiscalidad sea progresiva y grave más a aquellas personas y entidades
con mayores rendimientos, persiguiendo una política fiscal redistributiva,
puede ser igualmente adecuado, incorporar elementos de compensación de los
habitantes de las ciudades hacia los territorios rurales y naturales.
De tal manera que, ese uso y consumo de los elementos
esenciales para la vida que necesita la ciudad y que toma del campo, sea indemnizado
con elementos de redistribución que permitan garantizar que se pueda llevar a
cabo una gestión adecuada del territorio, imprescindible por otro lado para
seguir manteniendo la vida en las ciudades.
Esas compensaciones pueden ser de carácter fiscal y
tributario, es decir, que los habitantes de las ciudades contribuyan en manera
más justa al uso de los recursos naturales diarios que consumen y no producen.
Y también pueden ser en forma de incentivos para aquellas personas que
desarrollen actividades que mantengan el territorio, contraprestaciones a
quienes tengan la responsabilidad de conservar unos valores naturales y
patrimoniales, pago por servicios a la comunidad a quienes eviten incendios
forestales, mantengan limpios y sanos los acuíferos y aguas superficiales,
preserven variedades locales y razas autóctonas.
Si hablamos de Ciudad y Economía, no podemos olvidarnos
nunca que los ciudadanos viven cada día gracias a los que no lo son.
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