14 kilómetros.
Es una distancia con mucho contenido, con muchas experiencias y vivencias, para unos, un paseo algo exótico, para otros, el muro hacia un sueño.
He tenido la oportunidad de conocer a personas esperanzadas y ansiosas de que llegase la noche y embarcarse rumbo al norte, rumbo a la prosperidad. He vivido el llanto de un hombre rudo cuando le dijimos que no pasaría la frontera en el maletero de nuestro coche. He compartido la alegría de conocidos, al descubrir que el mundo que se abre al sur del estrecho es amable, alegre, hospitalario, acogedor, enriquecedor.
Hace pocos meses, en un cruce cualquiera de caminos, a muchos kilómetros al sur de la orilla del estrecho, me fusiló la angustia, de toda una existencia prisionera, en forma de mirada. Era un grito, que en mis ojos se volvió ensordecedor, desesperado, en busca de auxilio; una necesidad vital, un rayo de esperanza para un destino ineludible. Me pidió que nos la llevásemos de allí.
Cobarde, agaché la cabeza, eludí el golpe, asumí que no estaba en mi mano el destino de esa mujer. No hice nada, arrancamos el coche y sólo me atreví a mirar de reojo y comprobar que, tras el mostrador, observaba como se alejaba, por la carretera, la posibilidad de una vida nueva. No se me olvida, no quiero que se me olvide, ni ella, ni otros a los que desanimé a que se embarcaran, a los que di agua y algún bocadillo cuando llegaron, a los que recogí en estaciones, a los que rellené formularios, a los que intenté proporcionarles un trabajo, ni otros que quedaron reducidos a meros cuerpos orillados.
No haré yo el puente sobre el estrecho, tampoco creo que sea la solución al problema de tantísima gente del norte y del sur. Si puedo hacer otras muchas pequeñas cosas, las seguiré haciendo.
Ánimos, luchad, un mundo mejor es posible.
jueves, 27 de marzo de 2008
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1 comentario:
Creo que hasta ahora este es e post más duro que has publicado aquí... no me atrevo a imaginar lo que se debe sentir ante la mirada de esa persona pidiendo ayuda...
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