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lunes, 10 de noviembre de 2014

El conflicto que acaba a las 11 del 11 del 11


Los grandes representantes y generales lo habían acordado y firmado unas horas atrás, en aquel curioso claro de Compiègne donde los franceses, tras salir de aquel vagón de tren, llenos de orgullo patrio colocaron una placa que decía “Ici le 11 novembre 1918 succomba le criminel orgueil de l´empire allemand vaincu par les peuples lires qu´il pretendait asservir” (Aquí, el 11 de noviembre de 1.918, sucumbió el orgullo criminal del imperio alemán, vencido por los pueblos libres que pretendía dominar.

El acuerdo establecía que a las 11 de la mañana del 11 del  11 de 1.918 se declararía el alto el fuego total en todos los frentes y con ello finalizaría la, denominada, Primera Guerra Mundial.

Desde la firma de los acuerdos hasta la hora señalada, aún morirían más de once mil hombres. Algunos mandos vieron su última oportunidad para hacer honores o simplemente tener la satisfacción moral de alcanzar la plaza deseada.

Las cruentas anécdotas de ese fatídico período de seis horas que separó el acuerdo de la entrada oficial del alto el fuego son muchas, las peores, por muy a sorna que parezca, la de los veteranos que tras varios años en las trincheras, murieron en ese momento, los que tenían el reloj adelantado o los que asumieron un deber que ya no era.

También hubo, los más inexplicables, quienes de manera espontánea, al parecer llevados por un arrebato de locura, se lanzaron a la trinchera enemiga buscando un suicidio más que la gloria. Lógicamente lo consiguieron. Henry Nicholas John Gunther fue uno de ellos. Además de morir de esa manera absurda, ha pasado a la historia con el dudoso honor de ser el último caído en el campo de batalla de esa guerra.

En esos momentos, Jules Cambon dice: “Todo el mundo cree que el conflicto ha concluido,  pero yo me pregunto qué es lo que empieza”. Porque la guerra no ha hecho, como dice Brecht, sino aumentar las propiedades de los acomodados, la miseria de los pobres, los discursos de los generales y el silencio de los hombres.

sábado, 14 de junio de 2014

Correlación de fuerzas


La cabecinegra no hará nunca el nido bajo la plataforma de la imperial. La Balompédica no se fijará la Champions como objetivo de la temporada. A Juanito S.L. ni se le ocurre ser adjudicatario de un tramo de autovía de peaje. El marinero en el caladero de gran sol no será el novio de la miss que aparece en la revista desfasada.

Cada uno en su dimensión. Cada uno en su aspiración. Cada cual en su realidad, en poner la mira en algo que quede dentro de su potencia de tiro pues lo contrario sólo conduce a lo más profundo de minas Tirith.

Aspirar hasta lo más hondo es sano como ejercicio de respiración, pero muy frustrante como estilo de vida. Por eso, ser consciente de lo que queda al alcance, y por defecto, fuera de ello puede convertirse en un termómetro vital.

Lo que para uno es muchísimo, para otro es irrisorio. Lo que para uno es un éxito sin parangón, para otro es peccata minuta. Lo que para uno es felicidad para otro son las sobras. Dos horas de amor por semana puede calmar la sed de uno o avivar la llama de otro.

Ser consciente de la posición, las posibilidades y de aquello a lo que podemos acceder y, en contraposición todo lo que no podremos incluir en nuestro mundo tampoco es sinónimo de conformismo, sumisión o abdicación. Solo es, toma de conciencia. Y ser consciente siempre, siempre, aporta y ayuda.

Porque ser consciente es calibrar nuestras fuerzas y capacidad de influencia, saber que podemos cambiar, como decía Brecht y aquellas a las que tendremos que echar paciencia. Ese es el contrapunto, los que tienen poca fuerza tienen estar dotados de sabia paciencia, es la palanca de resistencia. Sólo es necesario tener conciencia de que la paciencia, aunque es una fuerza, no genera movimiento.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Hombres-Faro

«Hay hombres-faro que ven en las tinieblas el camino correcto», sentenciaba Reinaldo Spitaletta en un acto celebrado en Medellín, en homenaje a Francisco Mosquera.

Sus seguidores valoran que fue un hombre que jamás se cansó de luchar por la conquista de un mundo nuevo, por mostrar que en la larga marcha de las transformaciones revolucionarias se requieren una inalterable paciencia, disciplina, inteligencia, rigor en el análisis y sobre todo, estar dotado de espíritu dialéctico, ese que permite saber que un minuto antes es prematuro, pero un minuto después será demasiado tarde.

Bertolt Brecht, para luchar ideológicamente con Hitler, desarrolló, lo que se llamó el Teatro del Distanciamiento, fundamentado en una puesta en escena, mediante la cual, intentaba explicarle al público que, lo que estaba viendo era representación y no debía sentirse involucrado emocionalmente, sino que debía ser un espectador absolutamente racional, donde debía involucrarse era fuera, ese era el mensaje.

En las empresas también hay hombres-faro que desarrollan intuitivamente el Teatro del Distanciamiento. Aunque a veces reúnen otras cualidades, no los enmarco dentro de los líderes natos, sino como aquellos que tienen la capacidad de leer e interpretar una realidad, a partir de la cual se implican y hacen que se involucren todos aquellos con los que tienen contacto, y, sobre todo a su equipo de trabajo. Se convierten, en no pocas ocasiones, en la causa y motivo, de que muchos otros trabajadores y compañeros vayan a trabajar cuando les suena el despertador, de que se queden tres horas más si es que hace falta, de que tiren adelante muchas funciones y responsabilidades que no aparecen en el contrato y que probablemente tampoco les suponga recompensa económica.

Cuidar a estos individuos se hace vital en momentos en que la cuerda se tensa, es responsabilidad y obligación del empresario, tenerlos identificados, y apoyarse en ellos, cuidarlos y ayudarles en su labor, alimentar su empuje.

Al contraerse el mercado, las ventas, la producción, y con ello, lamentablemente la plantilla, muchas empresas están cometiendo la estupidez de prescindir de algunos de estos faros, apagan esa luz, y dejan perdidos a muchos barcos.
Plantearse la salida de una de estas figuras de la compañía, supone calibrar sus repercusiones, normalmente en forma de desánimo, confusión, desconcierto en la plantilla que se transforma en: salidas voluntarias, subida del índice de absentismo, bajada de rendimiento, pérdida de implicación, apatía, pérdida de iniciativa, errores, insatisfacción, deterioro comunicación, ...,

Y todavía algún directivo dirá que lo importante es reducir los costes de personal.