Inevitablemente, vivir, es tener que habérselas con algo: con el mundo y consigo mismo. Para afrontar este desafío, el hombre, se apoya en sus creencias y en sus ocurrencias, en sus pensamientos, en sus ideas.
Cuando creemos en la verdad de una cosa, no tenemos una idea, simplemente, creemos en ella; sin embargo, la verdad de las ideas se alimenta de su cuestionabilidad, en la medida en que esa cuestión nos lleva a distintas realidades, ocurre que, entre nosotros y nuestras ideas hay una distancia infranqueable, la que va de lo real a lo imaginario, en cambio, con nuestras creencias estamos totalmente unidos.
Así, el hombre, en el fondo es crédulo, dicho de otra manera, el estrato más profundo de nuestra vida, el que sostiene y sirve de base al resto, está formado por creencias. Pero la base de las creencias ofrece algunos resquicios, algunas rendijas en los que se mete la duda. En ese momento, cuando la duda no es retórica ni metódica, es cuando se convierte en un modo de creencia y se enquista en la arquitectura de nuestra vida. Entonces, en la duda se está, pero se está como en el abismo, cayendo, nos ubicamos en la negación de la estabilidad.
“El mundo de lo dudoso es un paisaje marino e inspira al hombre presunciones de naufragio”, dice Ortega. Se duda porque se está en dos creencias antagónicas, que entrechocan y entrelazan a la vez.
Al caer en los pozos de la duda, el hombre reacciona enérgicamente, se esfuerza en salir de allí, pero lo característico de lo dudoso es que no sabemos que hacer. Cuando todo nos falla, nos queda, sin embargo meditar sobre ello.
Los huecos de nuestras creencias son, con ello el lugar vital donde intervienen las ideas. Con ellas se trata de sustituir el mundo inestable, ambiguo de la duda por un mundo estable y sereno. ¿Cómo se logra?
Fantaseando, inventado mundos.
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1 comentario:
Sigue fantaseando e ilusionandonos a todos, y que esa fuerza que siempre nos demuestras no te falte nunca.
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