Me da la risa cuando se hacen distinciones entre los distintos mundos, entre distintas poblaciones, regiones geográficas o países de distintas categorías para justificar muchas de las diferencias existentes.
Tenemos patrones comunes, pienso que existen vectores que son absolutamente transversales, y que tienen que seguir siéndolos. Uno de ellos, es la educación, que, en su sentido más básico de socialización y conocimiento del entorno, contribuye a la única manera de existencia de una persona. Otras cuestiones, que tienen que sustentar a valores universales, pasan por la exclusión del sometimiento (activo o pasivo), la violencia, el abuso de poder, la insolidaridad, la ausencia de respeto. La gran comunidad humana debe, en primera instancia, transmitir a sus miembros, el orgullo de pertenencia, el valor de la dignidad como pilar básico de los derechos humanos.
La dignidad está en las raíces de la autoestima, pero tampoco deben confundirse los efectos temporales en el estado de ánimo de ésta última con los ladrillos que supone un auténtico sentimiento de respeto a los demás, y que implica generosidad, agradecimiento, compartir, aceptar, ofrecer, bondad. En realidad, considerar como lo más valioso, lo que damos de nosotros mismos y recibimos de los demás.
André Gorz escribió más de mil cuartillas a lo largo de 10 años, realizando un análisis existencial de lo que creía ser y haber sido. Este tratado, quizás no verá nunca la luz, pues sus últimos años los dedicó a Doreen, su mujer, llevando al extremo más puro su idea de dignidad. Cuando Doreen llega a la fase terminal de su enfermedad, André escribe una carta que concluye, “Acabas de tener 82 años, has perdido 6 centímetros y no pesas más que 45 kilos, pero sigues teniendo la misma belleza, y yo te quiero más que nunca. El insoportable vacío de no ser una sola cosa contigo, sólo lo calma el calor de tu cuerpo contra el mío… Por lo que si contra toda evidencia existiera otra vida, querríamos también vivirla juntos”.
Vaya baño que nos da Gorz. Es necesario reconocerle que se formó una idea muy clara de lo que, para ellos, era la dignidad. Porque la consciencia de la propia dignidad resulta imprescindible para alcanzar la autonomía personal, y, sin autonomía no hay libertad.
martes, 7 de octubre de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Nube de etiquetas
Isla Cristina
Andalucia
ecología política
marruecos
Colectivo Ornitológico Cigüeña Negra
José Ortega y Gasset
estrecho gibraltar
FAO
José Luís Sampedro
Tarifa
Adam Smith
Antoine de Saint-Exupéry
Antonio Machado y Núñez
Aristóteles
Bertolt Brecht
Borges
Charles Darwin
Fundación Migres
Mario Benedetti
William Ospina
keynes
mohamed vi
Antártida
Cabo San Vicente
Cambio climático
Descartes
Hegel
Javier Reverte
Kant
Nieztche
Paul A. Samuelson
Platón
Porter
Ursúa
ariadna
artemisa
malthus
teseo
Al-Andalus
Alexander Selkirk
Anton Chejov
Calderón de la Barca
Chatwin
Eduardo Galeano
Eigenzeit
Galeano
Gandhi
George Francis Train
Herman Melville
James Joyce
John Elliott
Kundera
Mandelbrot
Mihay Csikszentmihalyi
Moby Dick
Molière
Nabokob
Peninsula Valdés
Proust
Shackleton
Shopenhauer
Smir Restinga
South
Sun Tzu
Séneca
Sócrates
alqueva
goethe
julio verne
lunático
mefistófeles
muñoz rojas
ortega y gasset
tony judt
weber
No hay comentarios:
Publicar un comentario