Es una voz alemana: Eigen significa “propio” y zeit, “tiempo”. Cada uno de nosotros, cada ser vivo, cada suceso, tiene su propia velocidad, su propio ritmo. Es todo un arte descubrir y disfrutar del eigenzeit, cuando nuestro reloj nos tiene atado a lo que Carl Honoré llama el “turbocapitalismo”.
Podemos ponernos la capa de gatopardista, y cual Fabrizio de Salinas, decirle a nuestra Angélica, cuidando que no nos falte Verdi de fondo, “Algo debe cambiar para que todo siga igual”. Lo que ocurre es que, quizás nos pida que dejemos de perder el tiempo, y que nos pongamos inmediatamente a aprovecharlo.
La sensación de tener que hacerlo todo en poco tiempo nos lleva a vivir a una velocidad desmesurada que pasa factura en nuestra felicidad y salud. Larry Dossey, la bautizó como la “enfermedad del tiempo”. El móvil, las iPod, la comida rápida, el ocio programado, reuniones encorsetadas con familia y amigos, el sexo, aquí te pillo aquí te mato. Tenemos mucho por hacer, ver, ir, comprar, oír; y pensamos poco.
“Nuestra existencia no es más que una breve rendija de luz entre dos eternidades de tinieblas”, escribió Vladimir Nabokob. Milán Kundera dice en La Lentitud que “La velocidad es una forma de éxtasis que la revolución técnica ha brindado al hombre”. Hace muchos años que, los maestros taoístas aconsejan a sus alumnos “Camina lentamente, a un paso relajado, y no tropezarás”.
Con nuestra actividad diaria generamos hábitos, consolidamos nuestra conducta y ganamos carácter. Carácter, que en un círculo virtuoso, nos hace tomar decisiones que se expresan en nuestras acciones cotidianas.
En un ritmo de vida frenético como en el que nos sumergimos, en una época donde caen imponentes muros y sólidas torres, es primordial distinguir lo importante de lo urgente, es esencial decidir bien. Para ello, hay que pensar bien, aunque no es condición suficiente. Cada día tenemos que hacer crecer nuestra persona, cada día tenemos que incorporar a nuestra mochila nuevos conocimientos, practicar nuestras habilidades, mejorar nuestras actitudes.
viernes, 14 de noviembre de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Nube de etiquetas
Isla Cristina
Andalucia
ecología política
marruecos
Colectivo Ornitológico Cigüeña Negra
José Ortega y Gasset
estrecho gibraltar
FAO
José Luís Sampedro
Tarifa
Adam Smith
Antoine de Saint-Exupéry
Antonio Machado y Núñez
Aristóteles
Bertolt Brecht
Borges
Charles Darwin
Fundación Migres
Mario Benedetti
William Ospina
keynes
mohamed vi
Antártida
Cabo San Vicente
Cambio climático
Descartes
Hegel
Javier Reverte
Kant
Nieztche
Paul A. Samuelson
Platón
Porter
Ursúa
ariadna
artemisa
malthus
teseo
Al-Andalus
Alexander Selkirk
Anton Chejov
Calderón de la Barca
Chatwin
Eduardo Galeano
Eigenzeit
Galeano
Gandhi
George Francis Train
Herman Melville
James Joyce
John Elliott
Kundera
Mandelbrot
Mihay Csikszentmihalyi
Moby Dick
Molière
Nabokob
Peninsula Valdés
Proust
Shackleton
Shopenhauer
Smir Restinga
South
Sun Tzu
Séneca
Sócrates
alqueva
goethe
julio verne
lunático
mefistófeles
muñoz rojas
ortega y gasset
tony judt
weber
1 comentario:
Querido Antonio,
Enhorabuena por el blog, tienes razón al anunciar que el tiempo no sólo tiene una dimensión, tiene varias, y muchas de ellas no dependen siquiera de nosotros.
Un abrazo.
www.osborneblog.com
Publicar un comentario