viernes, 14 de enero de 2011

La Liga Antihumos

Marx descubrió que los grandes hechos y personajes aparecen en la historia dos veces, una como tragedia y la otra como farsa. Puestos a elegir, prefiero el momento de la farsa.

Y es que algunos problemas que se vivieron de forma dramática en el pasado aún siguen teniendo, para bien o para mal, una relativa vigencia. En la comarca minera de Huelva, a finales del siglo XIX se produjo un cuestionamiento vital del modelo de capitalismo feroz y el capitalismo. Se ponía en la balanza la existencia y el futuro de un pueblo, de una comarca frente a unos intereses económicos, aparecieron problemas obreros, sindicales, hasta apareció lo que hoy podría darse en llamar una conciencia medioambiental.

El enfrentamiento acabó en tragedia, sangrienta, innecesaria, es lo que ha dado en llamarse el Año de los Tiros.

La cuenca minera del Tinto, explotada desde tiempos remotos fueron prácticamente abandonadas tras los romanos. Un sueco, Liebert Wolters, compra los terrenos a comienzos del siglo XIX. Más tarde en 1873, el gobierno español vende los terrenos a un consorcio inglés y se constituye la Rio Tinto Company Limited. “Se adjudican definitivamente las minas de Riotinto a los señores William Edward Quentell, Ernest H. Taylor y Enrique Doestch, por sí y en representación de la casa Mathesson y compañía, de Londres, por la suma de 92.800.000 pesetas, a tenor de la proposición garantizada con el previo depósito y aceptada por el Gobierno, en los términos que previenen las Leyes de 23 de junio de 1870, 20 de diciembre de 1872 y el anuncio oficial de 4 de enero del presente año”.

Irrumpió el despótico y rancio colonialismo inglés: el té, el tenis, el football, retratos de Su Graciosa Majestad, …. Los patronos británicos alzaron su residencia, Bellavista, aislada del resto por un muro de piedra. Iglesias anglicanas, servicios médicos, economatos, administración propia, espacios de ocio, clubs (men only hasta hace un puñado de años). Un modelo y un nivel de vida que comparado con el de los nativos (que así llamaron a los residentes) resultaba escandaloso, insultante. Hasta se permitieron el lujo de privatizar como lugar de veraneo para altos cargos la entonces salvaje playa de Punta Umbría. La Rio Tinto Company Limited (RTC), se convierte en la empresa con mayor número de trabajadores del país, dicen las crónicas de la época: “Riotinto es el feudo de una empresa más poderosa que el zar de las Rusias”.

Pero las condiciones de trabajo y vida son lastimosas, miserables. Salarios de subsistencia, empleos penosos para mujeres y niños, el sistema de calcinación del mineral al aire libre, las teleras, eran letales. En su interior, día y noche, mes tras mes, la lenta combustión del mineral arrojaba a la atmósfera dióxido de azufre. Densas nubes de humo venenoso que contamina la atmósfera, enferman a las personas, asolan el paisaje, arruinan las cosechas, matan al ganado.
Cuando los humos de las teleras permanecían bajos, y el aire no se los llevaba, se formaba lo que denominaban “la manta” que obligaba a las gentes a emigrar a lo alto de las sierras cercanas mientras que abajo en el valle todo se cubría de negra noche. Los días de manta, en los que el trabajo era imposible, eran, desde luego descontados del salario.

Los efectos nocivos de las teleras abarcaban unos 777 kilómetros cuadrados en torno a las minas y dañaban a unas 11.000 propiedades. Los dueños de las tierras afectadas, sobre todo del término de Zalamea la Real, crearon la Liga Antihumos. En cierto modo una antecesora del movimiento ecologista. Se manifestaron el sábado 4 de febrero de 1888.

Demandan el fin de la calcinación al aire libre (prohibida en Inglaterra 24 años antes), percibir el salario completo los días de manta, reducción de 12 a nueve horas de faena, supresión del pago de una peseta para asistencia médica y de las dos pesetas con 50 céntimos descontados del jornal si extraviaban sus libretas...

Se dieron cita en Riotinto unas 12.000 personas, las calles rebosaban de gente que hacía públicas sus demandas en un ambiente festivo, con bandas de música y pancartas (“¡Abajo los humos!”, “¡Viva la agricultura!”), reclamaban una vida digna.

Para acabar con la revuelta, el gobernador civil llega a la ciudad con un regimiento de soldados. A sangre y fuego los disuelve. La descripción de la masacre ha quedado recogido en La Coalición Republicana:: “Cuando con más alegría y confianza se hallaban los manifestantes apiñados, en número superior a 12.000, en las estrechas calles adyacentes y plaza, mandaron retirar la caballería del sitio que ocupaba y acto seguido una descarga cerrada, inmensa, cuyos proyectiles barrieron aquella masa humana, puso en fuga desordenada a la multitud, que dejó en el suelo muchos cadáveres y heridos y se atropelló por las calles, lanzando gritos de pavor y de violenta ira. ¿Quién dio la orden de fuego? Hasta ahora no se sabe. ¿Fue el gobernador? ¿Fue el jefe militar? La soldadesca inconsciente, la máquina estúpida que obedece y mata, el soldado que dirige la boca del fusil al pueblo de donde salió y a donde volverá, gozaba con la vista de la pólvora y la sangre. Con el testimonio de centenares de personas que presenciaron el hecho, podemos afirmar que los manifestantes no profirieron ni un grito subversivo, no salió de ellos una provocación ni un acto que molestase a la tropa ni a las autoridades”.

Nunca se hizo un recuento de las víctimas, hombres, mujeres, niños. Los enterraron en fosas comunes, en escombreras, en pozos abandonados.

Hasta 1954 las minas permanecieron en manos de la RTC. Se produjeron hasta entonces otras huelgas, otros asesinatos, otros atropellos, otras muertes por hambre, otros traslados de niños por falta de alimentos.

Si es cierto el razonamiento de Marx, y sin trivializar, atropellos, abusos, injusticias se siguen produciendo pero estamos lejos de estar en la fase de tragedia.

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