Los bosques maduros son “reductos de biodiversidad, testigos
del cambio climático, generadores de paisaje, dinamizadores de las economías
rurales y herramientas de educación medioambiental”. Y también son los
protagonistas de una exposición que en estos días (y hasta el 4 de agosto)
puede visitarse en un el bello y singular palacio neomudejar de La Buhaira en
Sevilla.
La exposición es una de las actividades de divulgación del
proyecto LIFE “EnArbolar, Árboles para la vida” que lidera la Fundación Félix
Rodríguez de la Fuente y que pretende recordarnos la importancia vital de los
bosques maduros y los árboles singulares.
En la página web de la Fundación, aparece mi pequeña
contribución al proyecto, “Pastoreando” un relato breve que narra la historia de
Pedro, el pastor de árboles.
Los árboles, desde su solemnidad, desde lo alto de su copa,
desde la firmeza de su tronco, desde su silencio, reclaman nuestra atención, debemos
escucharlos.
Andalucía cuenta con un patrimonio forestal de incalculable
valor. La masa forestal es de 4,6 millones de hectáreas, de las que el 75% son
propiedad privada. En esa masa forestal están bosques de ribera, marítimos, de
alta montaña, de clima mediterráneo, continental, caducos, perennes… Tenemos
una suerte tremenda, casi del mismo tamaño que la responsabilidad de
conservarlos.
Andalucía cuenta con una ley específica del área, es la Ley2/1992 de 15 de junio, Forestal de Andalucía. La norma acaba de cumplir 22
años, aparentemente reciente, pero en realidad bastante caduca. Resulta
necesario acometer una actualización de la norma, sobre todo en su foque y líneas
prioritarias de actuación.
Al peligro continuo de los incendios forestales, bien
controlados por la creciente educación, concienciación, pero sobre todo
vigilancia y castigo de los delitos, y el ejemplar plan INFOCA, hay que unir
cambios en los usos del terreno, el importante cambio que supone en los bosques
los cambios de uso ganaderos, la pérdida de valor de productos tan importantes
como es el corcho o la madera menos noble. Y a más, el cambio climático no es
una especulación, está ya aquí.
Singular atención requiere la dehesa, ese bosque
antropomorfo sobre el que se cierne el mayor de los peligros, la enfermedad de la seca que hace que se hayan perdido ya más de 500.000 pies y ha convertido
extensas zonas del suroeste peninsular en auténticos eriales. Según algunas
previsiones, hace peligrar la viabilidad del propio ecosistema a medio plazo.
La gestión forestal es casi tan compleja como la
biodiversidad que encierran los bosques. Sus decisiones y acciones tienen un
efecto diferido que hace complicado identificar las causas-efecto, tienen
escaso efecto mediático, y suelen ser considerados centros de costes. Sin
embargo, son esenciales, su pérdida es irreparable, insustituible.
No esperemos que el problema nos amenace de cerca para tomar
conciencia. Hace unos días me he enterado que Pedro, el protagonista de mi
relato, bien podría vivir en Robledo de la Guzpeña. La realidad, de nuevo,
compite con la ficción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario