martes, 1 de julio de 2014

Ganarse el jornal


Un aumento de salario es la amapola de la motivación. Está comprobado, una subida de sueldo motiva el primer mes, el segundo y el tercero a lo sumo. A partir de ahí, la persona adapta su vida, cambia de vagón, de ritmo, y su gasto, a ese poder adquisitivo. El salario casi recién inaugurado se convierte en un derecho adquirido, algo propio, necesario, irrenunciable.


Grupo de gente al sol (Edward Hooper)
Llegar a un puesto de trabajo por la vía de la oposición tiene efecto similar, la garantía del puesto y salario adormece el estímulo de superación y la motivación. Una vez superado el examen, una vez puesta la bandera propia en la plaza, se marchita la presión y con ella mucha de la motivación.

En el otro extremo, la inestabilidad, la inseguridad hace que cualquier objetivo tenga escaso horizonte temporal, la ansiedad de lo variable excita el intelecto y tensa los músculos. La motivación del hambre continua.

El instinto de supervivencia es el que prevalece y se mueve con soltura en el corto plazo. En esas condiciones, la capacidad para asumir riesgos de atrofia, pero también se achican la creatividad, la implicación y hasta el rendimiento.

Más allá de cuestiones del entorno, en lo que nos toca, en lo que depende de nosotros, debemos reconocer, quizá cuando nadie nos mire, que algo tenemos que poner de nuestra parte para mejorar día a día, la motivación intrínseca. Si, la manida y tabla salvavidas de los directores generales y directivos de área. Esa a la que recurre en última instancia la empresa cuando se queda sin otros recursos.

La utilice quien la necesite, se llame como mejor convenga, consideremos que no son más que puntos de agarre, asideros, palancas que se transforman en la energía que nos mueven cada día. Cada uno de nosotros debemos reflexionar y tener claro cuáles son, porque a ellos deberemos agarrarnos en cada tempestad.

Porque nos estimulen desde fuera, porque salga de nosotros mismos, por estima propia, por satisfacción personal o social, debemos huir de los galones, de los derechos adquiridos, de las rentas, del mando en plaza, de una posición, del inmovilismo, de la inercia, de la atrofia.

Cada día debemos hacernos merecedor de nuestro puesto, de nuestros amigos, de nuestra pareja. Por ellos, por nosotros. Se lo merecen, nos lo merecemos. En beneficio nuestro, en beneficio de los que nos rodean.

Elaboremos y hagamos complejo el egoísmo, ese que acompaña a cada ser vivo en su instinto de supervivencia y hace que hasta los hermanos árboles compitan por el suelo, por el agua, por la luz. Ese mismo egoismo debemos encauzarlo para que funcione en positivo, para que nos dirija hacia lo que buscamos, hacia lo que nos gusta, hacia aquello en lo que aportamos, en lo que somos útiles, porque eso nos hará ganar (en plural y en singular).

Hay una prueba de fuego, un test demoledor que podemos aplicarnos. Consiste en preguntarse, en la intimidad, al final de la jornada, al final de mes, si nos hemos hecho merecedores de lo que recibimos a cambio de lo que hemos aportado, preguntarse si, de manera honesta y de verdad, nos hemos ganado el jornal. Despojándonos de egocentrismos y prejuicios, comparándonos con nuestro vecino o con nuestro amigo, haciendo un verdadero juicio de valor de equidad interna y externa, lo que me ingresan a final de mes, el coche, la tarjeta,... ¿Es justo que reciba eso a cambio de lo que aporto a la empresa, a la sociedad? ¿Qué situación tendría si cambiase de puesto?

Puedo asegurar que, en innumerables reuniones y entrevistas de recursos humanos, cuando he solicitado, de manera honesta, que se responda a esa cuestión, la mayoría ha admitido que su situación no era tan mala como hacía aparentar sus quejas y a todos se les activa una interesante sensación de responsabilidad.

No, no nos agarremos a puestos y a mandos en plaza que no se sostienen si no los alimentamos cada día. No culpemos al sistema o nos refugiemos en él según nos interese. Y de otro lado, no seamos egoístas, no privemos a los demás de todo lo que podemos aportar.

 

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